La pareja muestra certificados de defunción e historiales médicos que denotan ciertas irregularidades. :: JUAN CARLOS CORCHADO
Jerez

Una quincena de familias jerezanas se declara víctima de la trama de bebés robados

Los afectados llevarán el caso a la Fiscalía de la mano de Anadir, junto con cientos de perjudicados de toda España

Almudena Doña JEREZ. Actualizado: Guardar
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Desde hace 39 años, no hay ni un solo día en el que Luisa Fernanda y su marido Paco no se pregunten qué sucedió. El pasado mes de febrero, sus mellizos habrían cumplido esa edad, cercana ya a la cuarentena; qué habría sido de ellos si hubieran nacido en otro hospital les persigue sin descanso pero, sobre todo, qué habrá ocurrido en realidad con esas dos vidas que de pronto desaparecieron y que dejaron tras de sí un sospechoso rastro de incertidumbre, contradicciones, oscurantismo y secretos.

La presunta trama de bebés robados que ha saltado a la luz pública en los últimos meses a nivel nacional les ha dado el espaldarazo necesario para contar su historia, aunque reconocen que siempre la sintieron plagada de dudas y falta de veracidad. Como ellos, de la mano de la asociación Anadir, una quincena de familias jerezanas se ha animado no solo a hacer patente su sufrimiento sino también a dar un paso más y denunciar los hechos ante la Fiscalía, junto con afectados de todo el país, con el fin de que el Ministerio tome cartas en el asunto.

Las supuestas desapariciones de todos estos recién nacidos ocultadas bajo el paraguas de la defunción ocurrieron, como relatan los afectados, durante los años 70 en el Hospital Santa Isabel de Hungría y en el actual Hospital del SAS de Jerez, antiguo Primo de Rivera. Fue en este último centro, precisamente, en el que nacieron los mellizos de Luisa Fernanda Terrazas y Francisco Tocón, el 24 de febrero de 1972. Su embarazo, como ella misma relató a este medio, se desarrolló con total naturalidad y nada hacía presagiar que pudiera ocurrir una desgracia.

Sin embargo, nada más venir al mundo comenzaron las complicaciones. «Yo escuché llorar y enseguida me durmieron -contó Luisa, cuyo relato no ha perdido un ápice de emoción con el tiempo-. Cuando desperté, me dijeron que habían sido niño y niña, pero que no los podía ver porque estaban en la incubadora. Les pedí darles el pecho, pero se negaron y por el contrario me lo vendaron». Cuando por fin pudo verlos en compañía de su marido, asegura que les enseñaron a dos niños en la incubadora como a tres metros de distancia, cuyos rasgos no pudieron distinguir.

«Así estuvimos siete días, hasta que vino un médico y nos anunció que los iban a traer muy pronto porque habían cogido peso. Pero al poco tiempo llegó una enfermera y de buenas a primeras nos dijo que la niña había muerto de colitis». Entonces, Paco quiso ver los restos de su hija y según él le enseñaron a un bebé congelado y envuelto en trapos que fue imposible de identificar. «Me hicieron firmar un papel, pero yo no le vi ni la cara».

Al día siguiente, estaban a la espera de que los llamaran para poder llevarse al niño a casa y, cuál fue su sorpresa cuando les advirtieron de que estaba enfermo. A los cuatro días les comunicaron su fallecimiento, argumentando una cardiopatía. No obstante, esta vez ni siquiera tuvieron opción de ver el cadáver, pues supuestamente se habían encargado desde el hospital de enterrarlo.

A ninguno de los dos les gustó la forma de proceder del personal del centro, por lo que interpusieron las correspondientes reclamaciones y ahí se quedó el asunto, aunque en absoluto fue olvidado por sus protagonistas. Con los años, se enteraron de que alguien se había llevado los huesos de los nichos para trasladarlos a un osario, sin el consentimiento de sus padres. A raíz de ahí, se acrecentó su inquietud y comenzaron a indagar y a solicitar los partes de defunción y demás documentos en el juzgado.

Falsificaciones y lagunas

Fue entonces cuando constataron que habían existido ciertas irregularidades en el proceso. «Yo he pedido mi historial en el hospital y no hay absolutamente nada -se lamenta la afectada-, es como si nunca hubiera estado allí, como si no hubiera tenido niños. De la niña tampoco hay nada, y del niño hay un expediente plagado de irregularidades: han cambiado las fechas, han puesto una causa de la muerte cuando a mí me dijeron otra... Hasta hay un documento en el que han falsificado la firma de mi marido».

Todo esto les llevó en 1989 a requerir los servicios de un abogado, que según ellos les desanimó a que se metieran en pleitos. «Me dijo que no contara nada, porque me iban a tomar por loca, y que era mejor no meterse ahí, porque estaba involucrado el clero». Ahora, cuando se han ido conociendo cientos de casos repartidos por toda España los perjudicados han visto el cielo abierto y han reanudado una lucha que nunca terminaron de abandonar.

«Yo no les vi nacer, ni morir, y siempre he luchado por eso. Nos acordamos de ellos todos los días. Estoy que ni duermo, nada más que dándole vueltas». Su máximo objetivo en estos momentos es saber qué ocurrió con esos bebés y por supuesto, en el caso de que estén vivos, poder conocerlos y acercarse a ellos, aunque nadie les quitará el sufrimiento ni el tiempo perdidos.