Editorial

Violencia política

Es preciso rebajar el tono de la discusión tras la agresión al consejero murciano

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La salvaje agresión al consejero de Cultura de la comunidad murciana, Pedro Alberto Cruz, está todavía sin aclarar, pero los primeros indicios de la investigación apuntan que podría ser obra de algún grupo de inadaptados radicales en un momento de crispación social por los recortes presupuestarios efectuados por el Ejecutivo del presidente Valcárcel. Afortunadamente, al margen de la grave patología terrorista, en nuestro sistema democrático no ha habido el menor atisbo de violencia política y jamás los disensos y las rivalidades han salido del ámbito dialéctico. Sin embargo, al asistir a este suceso inaceptable, tenemos por fuerza que plantearnos si la crispación política, que sí existe y que hoy está vinculada al malestar derivado de la propia crisis económica, no podría ser un factor desencadenante de la violencia de algunos elementos radicales. La misma pregunta se han formulado los norteamericanos ante el magnicidio que ha herido gravemente a la congresista Gabrielle Giffords; aunque en este caso el autor material del asesinato múltiple era un joven inadaptado, bien pudo ser que el clima de confrontación que se ha vivido en Norteamérica al hilo de las recientes elecciones hubiese influido en la generación del drama. La democracia es un método para la resolución pacífica de los conflictos sociales. Y el progreso se logra mediante la dialéctica parlamentaria, ejercida por los representantes legítimos de la ciudadanía. Si este debate degenera y llega al dicterio, el sistema se desvirtúa y acaba pareciéndose a los modelos autoritarios en que el autócrata persigue la extinción del oponente, que ya es enemigo. El sistema parlamentario español ha discurrido por etapas de fuerte crispación, pero no puede decirse en rigor que haya habido en él más exaltación que en el británico, en el italiano o en el francés. Sin embargo, quizá sea preciso y recomendable que los partidos políticos, los sindicatos y demás agentes sociales rebajarán el tono de la discusión y dejar aún más claro que a todos nos hermana y nos vincula estrechamente el respeto escrupuloso a las reglas de juego, que es el oxígeno que alimenta nuestras libertades.