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El sueño, en peligro

El acoso de los mercados confirma que el mundo no confía en Europa

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El martes 12, el balón disparado por los mercados contra la selección portuguesa golpeó en el travesaño de su portería y salió despedido describiendo una parábola hacia la grada. Suspiro de alivio en el Gobierno de José Sócrates mientras en la tribuna del estadio el Gabinete de Rodríguez Zapatero rompía en aplausos. Portugal había regateado la amenaza fatídica del rescate financiero cuando discretos funcionarios del Banco Central Europea ya contaban a toda prisa 100.000 millones de euros para inyectar en el corazón de las colapsadas finanzas lusas. Contra todo pronóstico, por un capricho de los efectos financieros que mueven el esférico de la deuda, la subasta de obligaciones de 1.250 millones a cuatro y diez años fue bien recibida por los compradores. Días antes en la Moncloa se manejaban los más sombríos augurios si se producía la caída de Portugal. El peso de la deuda lusa en poder de los bancos españoles, el efecto llamada de las sospechas sobre nuestra economía y la indeterminación de Alemania para salvar a sus socios corrían como nubes negras de tormenta sobre el cielo de Madrid. «Si cae Portugal, cae España», pronosticaban los economistas anglosajones. Un ministro de Zapatero, poniendo azúcar en el primer café del lunes 11, dibujaba un paisaje aterrador si los mercados daban la espalda a España tras Portugal: «Tendríamos que recortar 2 puntos del PIB y eso sería fatal para pensionistas, funcionarios, obra pública, gasto social. La economía española retrocedería 10 años. Entraríamos en una especie de hibernación financiera de consecuencias imprevisibles pero en todo caso catastróficas».

Paradójicamente, sin embargo, el pánico europeo a que el rescate de España actúe como un dominó y ponga en riesgo la moneda única puede actuar como cortafuegos. Pero tampoco es seguro. La tormenta financiera perfecta amenaza la misma idea de Europa y su destino común aunque la realidad demuestra que la raíz del problema no es solo financiera. La causa de los males es que el mundo empieza a no confiar en la Unión Europea. Nos ven como una familia de derrochadores, envejecida, cuyos vástagos trabajan poco y holgazanean mucho, cuya economía no crece pero sus gastos en botica, pensiones, subsidios se disparan. Y, sobre todo, incapaces de competir en un mundo de economía global. Mientras en China se titulan cien ingenieros, de la UE salen diez; Brasil ha dejado de ser la eterna promesa para jugar como una gran potencia e India ya no es una economía emergente sino real. El euro es la encarnación del sueño europeo. Cuesta imaginar el retorno a la balcanización del franco, la lira, la peseta, el marco. Pero si la crisis de la deuda soberana de varios estados miembros no encuentra la terapia adecuada nadie puede garantizar que el sueño europeo no empiece a desintegrarse.