Antepuerta en una casa isabelina de la Plaza de Candelaria. :: LA VOZ
EXTERIORES ROBADOS

PUERTA DE VERANO

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En la gaditana Plaza de Candelaria, el paseante paladea las bellezas de la magnífica puerta isabelina: la articulación del espacio en cuatro calles que ascienden hacia un tímpano en el que estalla la plenitud; el movimiento arrebatador que transmiten las líneas, que se truecan sin pausa en verticales, horizontales, inclinadas, radiales, a medida que se desplaza la mirada del espectador. Pero por encima de todo, el paseante aprecia el concepto: la venerable antepuerta de palillería que precede al portón.

Hubo un tiempo en que la Humanidad, antes de fiar su confort al consumo de combustibles fósiles, concebía procedimientos ingeniosos para sortear las inclemencias ambientales. Uno de ellos son estas contrapuertas, capaces, en el tiempo del calor, de conservar el fresco en la casapuerta dejando a la vez paso a la luz y el aire.

Acaso fue el contacto colonial la razón de que el Cádiz del comercio con Cuba se vistiese de estas puertas de ida y vuelta, que la ciudad exhibió como galas distintivas. Hoy pocas sobreviven; la uniformidad impersonal que inspira por lo común las reformas las ha ido eliminando.

El ánimo del paseante se funde en gratitud hacia las almas invisibles que han amado y conservado esta espectacular puerta de verano, superviviente al tiempo y alimento del espíritu.