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Juego duro

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Se ha endurecido el partido y el árbitro sigue en el limbo. Valen no solo las patadas en las espinillas, sino en el cielo de la boca, ya que todos los jugadores están echando las patas por alto.

Como no se puede improvisar un nuevo reglamento se inventa un nuevo lenguaje, que ya decía Talleyrand, que además de listísimo era clérigo y cojo, que Dios nos ha dado el divino don de la palabra para poder ocultar nuestros pensamientos. Al presidente Zapatero, que por fortuna y porque no hay que desearle mal a nadie, no padece minusvalías físicas y visibles, quieren dejarlo manco de los dos brazos. En su enmascarado idioma habitual, el Gobierno admite «disfunciones» en el actual modelo autonómico, lo que equivale a proclamar que lo que era una esperanza se ha convertido en un desastre financiero. Ha sido necesario que seamos pobres para que admitamos que no somos tan ricos como para mantener diecisiete virreyes en nuestro pequeño reino.

Cuando el juego se endurece nos damos cuenta de que no era un juego. Ahora nos estamos jugando el pellejo y el Ejecutivo propone que no se pueda indemnizar con veinte días por pérdidas «coyunturales». Además, habrá que acelerar la conversión de cajas en bancos, lo cual requiere una nueva recapitalización, que es una palabra que suena muy rara en época de miseria previsible. Por suerte, o porque no tienen otra salida, los sindicatos han retirado la amenaza de huelga general para enero. Hay gente que, cuando no puede ser otra cosa, es sensata. Lo sé por experiencia.

Si el Ministerio de Trabajo, cuyos bedeles saludan a uno de sus últimos titulares, fija los requisitos para aprobar el llamado «despido barato», tendrá que repartir pañuelos de dos clases: unos para decir adiós y otros para secarse las lágrimas. No hay que confundir las cosas. Cada una a su tiempo. Pero todo parece indicar que se nos ha terminado el de las vacas rollizas. Se han escapado del pueblo.