Tribuna

La revolución cubana y el ejército de Batista

COMANDANTE DE CABALLERÍA, ABOGADO Y ECONOMISTA Actualizado: Guardar
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El pasado día 1 de enero se cumplió el quincuagésimo segundo aniversario de la victoria de los rebeldes cubanos, coincidiendo con la cobarde huida del, hasta entonces, presidente Fulgencio Batista. No voy a entrar en cuestiones políticas, que de sobra han sido analizadas. Me centraré exclusivamente en algunas cuestiones militares poco conocidas, y especialmente, en el ejército al que se enfrentaron Fidel Castro y los suyos.

Hay que remontarse al golpe de los sargentos del 4 de septiembre de 1933, origen del poder que consiguió el sargento taquígrafo Fulgencio Batista, quien en unión de otros sargentos y soldados se alzaron contra la oficialidad del ejército cubano con el beneplácito del poder civil. Como consecuencia de ello, el taquígrafo Batista, con limitados conocimientos militares, fue ascendido a coronel y nombrado jefe del Estado Mayor y jefe del ejército cubano. No fue el único, sargentos en masa, ascendieron de forma carnavalesca a las más altas magistraturas castrenses. Por sorprendente que parezca, algunos fueron ascendidos a oficiales por sus habilidades culinarias, no pocos albañiles y carpinteros fueron nombrados oficiales del Cuerpo de Ingenieros, y algunos sanitarios, oficiales de Infantería. En la Marina pasó lo mismo, la Jefatura del Estado Mayor la ostentaron entre otros, y con graduación de capitán de navío, un sargento mecanógrafo, un cabo sanitario, y un sargento de administración. Este último fue ascendido a comodoro. La historia se repite: recientemente Hugo Chávez ha hecho algo similar en Venezuela, ascendiendo a coronel a setecientos suboficiales.

Todos los oficiales -entre los que había veteranos del 98- fueron desplazados y expulsados del ejército, los más privilegiados encauzaron su nueva vida en la sociedad civil, aunque con desigual suerte, pero muchos fueron encarcelados, y otros, asesinados. Batista declaró demagógicamente que no habría ni tenientes coroneles ni comandantes, solo un «ejército de soldados». La ausencia de disciplina y la anarquía fue norma general. Al resultado de todo esto el sargento-coronel le llamó «ejército constitucional», cuando paradójicamente en Cuba no regía constitución alguna.

Como consecuencia de todo lo anterior, el ejército de Batista ante el desembarco de Fidel Castro, no pudo ser más inepto: nunca tuvo la iniciativa, careció de liderazgo y de competencia profesional, no ejecutó acción alguna de envergadura, subestimó a Fidel Castro, y en ningún momento aprovechó su abrumadora superioridad numérica, de cerca de sesenta mil hombres sobre el denominado Ejército Rebelde que, inicialmente lo constituían unas cuantas decenas, y que en palabras del Che «eran un ejército de fantasmas, de sombras desorientadas, caminando en círculo. acosados por los mosquitos, la sed y el hambre», sin preparación militar alguna, y casi desarmados.

Si algo caracterizó a la campaña de 1956-58, según destacados tratadistas militares internacionales, fue la notable falta de destreza militar de ambos contendientes, mandados por ignorantes e inexpertos jefes. El teniente coronel inglés Arthur Campbell en su valioso libro 'Guerrillas', dice que «los fidelistas carecían completamente del conocimiento básico del arte militar, y de experiencia para combatir como fuerza coordinada. el armamento, equipo personal y logística de los rebeldes eran extremadamente primitivos». El teniente coronel norteamericano T.N. Greene en su libro 'Cómo combatir las guerrillas', dice que «a los rebeldes les faltaba casi total habilidad para la puntería y todo conocimiento militar». En vano se puede buscar entre los tratados militares el supuesto genio militar del Che y de Fidel Castro, que es producto exclusivo de la posterior propaganda. En vano se puede buscar las aportaciones a la ciencia militar del Ejército Rebelde. La preparación militar de Fidel y los suyos, se reducía a unas pocas semanas de entrenamiento en la Hacienda Santa Rosa de Chalco, Méjico, dirigida por el capitán republicano allí exiliado, Alberto Bayo, más conocido por sus memorias que por sus victorias.

Vencieron los rebeldes, entre otras cuestiones, porque enfrente no encontraron a un verdadero ejército mandado por auténticos oficiales, y porque no había causa que defender. Se trataba exclusivamente de defender a un usurpador del poder, que lo detentaba en provecho propio: el sargento-coronel. La mayoría del ejército no lo apoyaba, prevalecía la inmoralidad de las altas esferas civiles y militares. Los cubanos en general no eran fidelistas, sino que estaban hartos de las tropelías de Batista, y de ello, oportunamente se aprovecharon los rebeldes, que en palabras del mismo Che, tuvieron que «luchar contra su propia falta de preparación física, moral e ideológica». En Bolivia, el Che sí que se enfrentó a un verdadero ejército mandado por un auténtico general, y así le fue.