EXTERIORES ROBADOS

TARAJE

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Parece observar con recelo a las palmeras 'washingtonias' que se le aproximan. No le falta motivos. La larga hilera de tarajes que tiempo atrás crecía en el Paseo Marítimo de Cádiz se ha reducido a él y a otros tres ejemplares, y, hace dos años, sufrieron una poda salvaje desde la que el cuarto de ellos no ha levantado cabeza.

Parece que en su temor por esforzarse de acumular méritos que le valgan clemencia: ha lanzado, de los muñones que le dejó la poda, una compulsiva maraña de ramas, que proyecta la mayor de las sombras del paseo; ha retorcido su tronco esculpiendo nudos pétreos con los que se diría que busca rivalizar con las cercanas esculturas al aire libre; da acogida a la visita musical de los mosquiteros del antiguo cementerio.

Entre los gozos con que la ciudad obsequia a sus vecinos ocupan un lugar de honor sus árboles. Sorprende la pertinacia con que, a menudo, quienes administran la ciudad imponen plantas foráneas y limitan la diversidad; causa perplejidad la ligereza con que, demasiadas veces, por acción u omisión, ocasionan reposiciones o eliminaciones, ciegos a la red de sentimientos que tienen los vecinos tendida en torno a los árboles de su ciudad. Por el momento el taraje del Paseo Marítimo, al recordarnos la belleza real de nuestros ríos y aguazales, se yergue como un monumento de humanismo y verdad. Séanos dado verlo envejecer.