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Vinokourov se conjura para hacer campeón a Contador

Tras dos años sancionado por dopaje, el kazajo renace con una victoria que provoca las lágrimas del madrileño

REVEL. Actualizado: Guardar
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Alrededor de Vinokourov hay un remolino de cámaras, gente y ruido. Felicitaciones y preguntas al ganador de la etapa. El kazajo tiene esos ojos que parecen no mirar a nadie. Concentrados. Gélidos. Un tipo así no llora. Y si se emociona, lo hace a solas. En eso llega Contador, su compañero, su líder, y le abraza por la victoria en Revel. La roca se ablanda. Un pliegue en el rostro del kazajo. Dos años de lágrimas retenidas, los que duró su sanción por dopaje. «Vivía para volver al Tour», repite el asiático. Al soltarse de los brazos de Vinokourov, Contador se baja la gafas y enseña un par de lágrimas. «¡Mira! ¡Yo también!». Comparten emoción, equipo y objetivo: la victoria del madrileño en el Tour. Lágrimas del mismo color.

Vinokourov había dormido la noche anterior sobre una decepción. «Ni yo ni Alberto ganamos la etapa de Mende (viernes). Me dolió por mi familia, por mi país. Mis hijos me preguntaron qué había pasado...». Rabiaba por la derrota del viernes ante Joaquín Rodríguez, el catalán del equipo ruso. «Le hicimos la carrera al Katusha». Los kazajos no riman con los rusos. Viejas rencillas. Aun así, Vinokourov tragó su bilis. No le gustó que Contador le pasase en la subida final a Mende, pero pasó página. Y se puso a su servicio. «Estamos aquí para ganar el Tour con Alberto».

Reunión de urgencia

Hubo una reunión de urgencia. Contador, Vinokourov y Martinelli, el director del Astana. El viejo director de Pantani. Un técnico con tanto pasado. «Nunca sabes lo que realmente piensa un campeón», alecciona. La charla calmó la noche. «Mi relación con 'Vino' es excelente», declaró Contador en la salida. En la meta, Vinokourov continuó el mensaje conciliador: «Este triunfo nos motivará para que Alberto recupere el maillot amarillo. Tenemos cuatro días para trabajar para él». Cuatro capítulos en los Pirineos. «Yo quizá tenga una oportunidad el último día, en los Campos Elíseos», bromeó. Esa lealtad recibió ayer su recompensa. «Cuando no la esperaba», reconoció.

El kazajo coceó los pedales en un pequeño puerto a 7 kilómetros de Revel. Había sido una etapa rápida, movida. Inquieta. Hasta Armstrong se cayó en el kilómetro cero. Ha perdido su inmunidad. Cuando se movió Vinokourov, a los velocistas les pesaba el día de tanto perseguir a Flecha, Fedrigo y Chavanel. Trío de alta gama. Por eso, en la cota de Saint-Ferreol, nada más moverse el árbol cayeron las hojas. Ballan, Luis León Sánchez, Barredo, Cunego... Oleaje de ataques. Y el más duro el de Vinokourov. Ojos violentos. «Mi misión era proteger a Alberto. Ha sido una etapa nerviosa, de viento». Cumplió y sólo al final se soltó. «Conocía el puerto del Tour de 2005. Sabía que podía ser...». Sí. Pedaleó solo por los cuatro costados hasta la meta para recibir allí el abrazo de Revel, el de Contador.

Tan cerca de Albi, la ciudad de la catedral fortificada, bella y temerosa. Allí, en 2007 y también en la decimotercera etapa, Vinokourov dio positivo por transfusión sanguínea. Naufragio en una bolsa de plasma. La historia del kazajo se resquebrajó de inmediato. Francia le quería, le esperaba como a un hijo adoptado. Se había caído unos días antes, camino de Autun. Tenía martillazos por todas las rodillas. Calló su dolor. Cada mañana de aquel Tour, en secreto, se subía a un rodillo antes de las etapas. Pedaleaba bajo sus vendas. Estiraba sus heridas para salir a correr con el dolor ya ensayado. El mito del ciclista. De la remontada. Su resurrección llegó en Albi. Victoria en la contrarreloj. Milagro. Y resultó ser un truco de sangre.

Hay muchas maneras de estar condenado. Y Vinokourov eligió el silencio. Dopaje es un palabra oculta en su diccionario. Vino desde Kazajistán, de una de las fronteras del mundo, para ser campeón ciclista. Y, de repente, era un cadáver. Ha permanecido de pie los dos años de castigo. «Nunca bajé los brazos». El viernes casi los levantó en Mende y ayer lo hizo en Revel. «Me gustan los símbolos». El maillot con el que compite es la bandera de su país. Y se llama como la capital, Astana. Ayer, dos años después, regresó donde todo pareció acabar. Quiere algo más: otro símbolo. La enseña kazaja sobre el podio del Tour. Hasta allí aupará a Contador. «Tenemos que llevar a Alberto hasta París». Y allí volver a llorar juntos.