Opinion

Muerta al amanecer

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

De repente, amanece y hay una mujer apuñalada a chorros en Guillén Moreno. O estrangulada en un chalet de El Puerto. Y otras, mucho antes, asesinadas por quienes decían morir por ellas. Como aquella Betsabé que vino del otro lado del mar para dejarse besar por la muerte que llevaba un anillo con una fecha por dentro; o aquellas otras cuya retahíla de nombres da para un escalofriante pasodoble de Jesús Bienvenido o para todo un capítulo del impresionante libro 'Galería del crimen', publicado por Qorum y escrito por el maestro Pedro Ingelmo: Margarita Cavilla, maniatada con cinta de embalaje y cosida a navajazos; la profesora María Sierra García, degollada por su esposo en Rota delante de sus dos hijas; o Elosía Raimundo, machacada en Villamartín; la algecireña Adriana Aparicio, muerta a perdigonadas por su ex, no demasiado lejos de donde Amanda del Carmen Cabeza iba a ser estrangulada con el cable de una plancha o a un tiro de piedra de donde un policía nacional acabaría también a tiros con su esposa, María José Rodríguez Gago, persiguiéndola desde la calle hasta la cocina del mesón donde trabajaba, para rociarle de fuego con el arma de reglamento que le había sido devuelta después de que ella se la quitase poco antes de denunciarle. Otro tanto ocurriría en Barbate con María Jesús Pérez Guzmán, a manos de su marido, policía local, y a las puertas del pesquero.

Más de trescientas mujeres en los últimos cinco años. Nombres y apellidos con escarapela de luto, como el de María Victoria Martínez, herida de muerte en un asador de pollos por la navaja que blandía su marido, con el que estaba en trámites de separación. Ya no sorprende tanto esa larga ración de escalofríos, ni siquiera la tibieza con la que la opinión pública suele acoger tales asesinatos. Lo que sorprende es que, con la que sigue cayendo sobre los cuerpos de la mujer española, que cuando muere es que muere de verdad, algunos hombres se atrevan todavía a hablar de matriarcado o de dictadura feminista o abjuren de leyes como la que persigue a la violencia de género que supone el peor género de violencia. Máxime cuando debiéramos ser los primeros interesados en que nadie nos confunda con tales felones. Sólo hay algo que llame más la atención, si cabe. El hecho de que no pocas mujeres estén de acuerdo en ese tipo de argumentos y se muestren más proclives a compadecerse de semejantes verdugos que a apiadarse de sus víctimas que, visto lo visto, pueden ser todas. De repente, anochece y hay una silueta pintada sobre el suelo.