CÁDIZ

Vivir a cuerpo de diputado

Los comerciantes ricos ocupaban todos los pisos de una finca, disponían de salón de baile y de almacenes para sus negociosLas casas de los más pudientes albergaron a los forasteros en 1812

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Hay que hacer un esfuerzo de imaginación, obviar a los turistas, los escaparates con saldos adelantados y sortear las terrazas atestadas en un día soleado. Una vez dentro, en la casa puerta, se recomienda cerrar los ojos, aspirar el olor y ponerle creatividad. En ese mismo, en la calle Ancha, 11, vivió hace 200 años Diego Muñoz Torrero, uno de los padres de 'La Pepa'. Por ese mismo patio (cualquiera lo diría, porque la finca pide a gritos una reforma) caminaba el diputado extremeño, cavilando sin duda sobre el futuro de España. En torno a la calle Ancha vivían buena parte de los diputados y miembros del Gobierno de España (el que era fiel a Fernando VII). Cuando llegaron a la capital, procedentes de la Isla de León, ya ésta andaba saturada de nobles y gentes que venían en retirada, huyendo de los franceses. En un principio, se ordenó echar a los huéspedes de 'menor categoría' pero los gaditanos se negaron, por lo que hubo que colocarlos a todos, a costa de aumentar las estrecheces. Fueron los burgueses y comerciantes más adinerados de la ciudad los que se encargaron de acoger a estos personajes ilustres. Las familias de más rancio abolengo hicieron de anfitriones para unos hombres (intelectuales de clase media y clérigos) que no cobraban lo suficiente como para pagarse el alojamiento, siempre caro en Cádiz. Así, los San Juan acogieron a José Mexía Lequerica; los Martínez de Rivera a Martínez de la Rosa; los Leceta, a Gutiérrez de la Huerta y los Gaona, al boricua Ramón Power.

De vuelta a la calle Ancha. A juzgar por las viejas columnas de mármol y la desgastada reja, el número 11 (entonces 131) ha vivido tiempos mejores. Hace doscientos años, estaba ocupada por una misma familia, los Vea Murguía.

Lo normal era que las casas de los comerciantes acomodados tuvieran en la planta baja los locales de trabajo y almacenes, dispuestos alrededor del patio que estaba reservado a los trabajadores del negocio (embaladores, cargadores, etc). Si había dos patios, el más cercano a la calle se utilizaba de 'recibir'.

Ancha hacia arriba. San Antonio. Ahí sí que no cuesta imaginar a todos aquellos hombres ociosos en animada tertulia, esperando que dieran las tres de la tarde en el reloj de la iglesia para irse a comer. Allí mismo se alojaban dos de los diputados americanos. En la casa que precedió a la de Aramburu (plaza San Antonio, 1) vivió y murió -por culpa de una apoplejía- Vicente Morales Duárez. Y justo al lado, en una finca edificada en 1808 por el maestro de obras Domingo Álvarez, habitó Blas Ostolaza.

En esta última finca hoy se sitúa la sede de la Universidad Nacional a Distancia (UNED). La reforma que se hizo hace décadas para acondicionar el edificio que perteneció a la familia Lavalle destruyó algunos de los elementos originales, pero conservó muchos otros. Nada más pasar la casapuerta el visitante se encuentra con un patio coronado por una espectacular montera elíptica. Miguel Farrujia, que lleva 22 años trabajando allí, explica que es única en Cádiz. Él mismo, a fuerza de recibir visitas de gente, sobre todo mujeres, que trabajaban en la casa antiguamente, se ha aprendido la historia del edificio.

«La familia que vivía aquí era argentina y tenían negocios de mármol», cuenta Farrujia. Por eso ese el material que más abunda (algo común en la ciudad y más en aquella época). De mármol es la bañera hecha de una sola pieza que sirve de jardinera hoy en día y por la que muchos se han interesado.

La casa tiene muchas curiosidades y pese a la reforma no muy ortodoxa conserva muchas de las habitaciones que tenía originariamente. En la segunda planta, el salón de baile, con espejos y chimenea incluidos, ha dado paso a uno de actos. En ese mismo piso también estaban los dormitorios principales. En la tercera, los comedores y las habitaciones del servicio. La casa está llena de recovecos, muebles con fondos dobles y huecos y puertecillas escondidas que comunican varias partes de la antigua vivienda. Donde ahora está la pequeña cafetería se ubicaban las bodegas, que conectaban, cuenta Farrujia, con las cuevas de María Moco. El edificio disponía además de curiosos artilugios para hacer la vida más cómoda, como una manivela en el primer piso con la que se abría la puerta principal.

Las desaparecidas

Ya fuera en la calle, los pasos se encaminan hacia Cánovas del Castillo (antigua calle Murguía). Por allí se perdían, tras salir de los debates en el Oratorio, el extremeño José María Calatrava y el valenciano Joaquín Lorenzo Villanueva. Pero la casa de este último, como muchas otras, ya no existe. Fue sustituida por otra en 1920.

Otros llegaban hasta San Carlos (calle de los Doblones), aledaños del Mentidero o de la plaza de Mina. Por allí se concentraban las mejores casas, las tertulias más encendidas, la vida de los que maquinaban cómo defender la patria y de paso, incorporar a España a la modernidad.