EL PERFIL

ANA RODRÍGUEZ TENORIO

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Cuando escucho o leo a Ana, experimento la sensación de que escucho o leo a una profesional que ejerce el periodismo sintiéndolo, disfrutándolo y viviéndolo: me imagino que la búsqueda y la difusión de noticias ella las convierte en una indagación del sentido de su vida y de las de los demás. Es posible que Ana eligiera esta profesión a partir de su decisión de tomar su existencia en sus propias manos y hacer de ella, de algún modo, un texto escrito, en vez de abandonarse a esas tareas fútiles en las que, inevitablemente, invierten su tiempo muchos profesionales.

Y es que ella está convencida de que la vida sí podemos transformarla por la acción de las palabras, de la misma manera que las palabras sólo alcanzan su sentido cuando se traducen en vida. El drama de algunos periodistas reside en la falta inicial de contacto entre las tareas que realizan y las palpitaciones reales de la vida. El periodismo, sin embargo, cuando se ejerce en la calle, logra que las vidas se aclaren por las palabras y que las palabras, en cierta medida, alcancen sentido gracias a la vida, a la vida real y concreta de los hombres o de las mujeres reales y concretos. Estas son, en mi opinión, las claves que explican su habilidad para, haciendo gala de un controlado entusiasmo y de unas razonables ganas de vivir, conciliar un agudo sentido de la realidad y del poder de la razón, con una amplia facultad creativa. Ésta es la razón por la que sigue animando múltiples actividades culturales y orientando apasionantes empresas intelectuales.

Ana reconoce que se dan circunstancias en la vida que estimulan la marcha, que orientan el camino y que, a veces -si se saben aprovechar- nos acercan a la meta. En las tareas del periodismo -de la vida-, además del trabajo también interviene la suerte, que a ella, en algunos momentos decisivos, le ha sonreído. Confieso que me sorprende el entusiasmo juvenil y la fruición poética, con la que ella acaricia las palabras y las hace revivir y hablar. De forma sencilla y sin halo doctrinal, con delicados gestos y corteses maneras, esta mujer vitalista, humana y humanista, que permanece en continua búsqueda de su identidad y de la comprensión más profunda de sí misma, constituye una permanente y discreta invitación a la aventura de la libertad humana y del bienestar posible. Ana reconoce que se dan circunstancias en la vida que estimulan la marcha, que orientan el camino y que, a veces, nos acercan a la meta. Confieso que me sorprende el entusiasmo juvenil y la fruición poética, con la que ella acaricia las palabras y las hace revivir y hablar. De forma sencilla y sin halo doctrinal, esta mujer vitalista, humana y humanista, que permanece en continua búsqueda de su identidad y de la comprensión más profunda de sí misma, constituye una permanente invitación a la aventura de la libertad humana y del bienestar posible.