PAN Y CIRCO

SIN RED

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Si a la impepinable ley de la gravedad, que más o menos dice que todo termina cayendo por su peso, le sumamos la ley de Murphy, de que todo lo que puede ir a peor irá a peor, y después a estas dos leyes infalibles le agregamos el nombre del Cádiz, no hay que ser muy listo para saber que la cosa se va a poner fea, pero fea de cojones. Y no es porque los demás equipos lleven un ritmo de victorias imparable, que no es así. Es que el Cádiz es incapaz de hacer lo que tiene que hacer: ganar. Por mucho que los demás pierdan o empaten entre ellos, por mucho que los siete últimos no ganen ni un punto de los que quedan, por mucho que se nos aparezca la virgen, si nosotros no sumamos no hay nada que hacer. Como se dice en mi barrio, lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. No sé ya cuántas semanas llevamos jugando finales, no sé cuántas cuentas y cuántas cábalas se llevan hechas, para el lunes contar la misma historia, otra oportunidad perdida. Pero como resulta que los demás son tan malos como nosotros, siguen sin rematarnos, y volvemos otra vez a estar a dos puntos de la salvación, y si menganito pierde con sultanito y el otro empata con el de la moto, ganando nos salvamos. Así que el domingo tenemos otra final, donde otra vez la afición es indispensable, otra semana más vivo sin vivir, desangrándonos gota a gota. Son demasiados meses andando por la cuerda floja y sin dar un paso en firme, con el sentido del equilibrio perdido, como un funambulista borracho, más cerca de caerse que de llegar a la meta sano y salvo. Y lo peor es que lo estamos haciendo sin red, sin esa red que amortigüe la caída, lo que en estos casos es un suicidio. Porque estoy seguro de que si caemos el golpe va a ser mortal, pues no parece que en el club haya gente con ánimos de subirse otra vez al alambre a luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Y todos se marcharán, y los cadistas se quedarán con la cara partida.