Sociedad

«En este país no te permiten hacer dos cosas bien»

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Dice Manuel Vicent que todo lo que uno cuenta en cien folios también puede contarlo en diez, e incluso en uno. Quizá por eso sus respuestas son siempre escuetas y afiladas como sentencias. Se obliga a depurar el lenguaje, a elegir minuciosamente las palabras y a no caer en redundancias inútiles, en descripciones huecas ni en arabescos estéticos. Ésa es la marca de la casa. Sus columnas, sus reportajes, sus relatos e incluso sus novelas comparten el mismo afán de síntesis. Aspiran, en cierta forma, a la poesía. Vicent se mueve cómodamente en el terreno de la prosa experimental (‘Balada de Caín’,), pero tampoco hace ascos a la narrativa clásica (‘Tranvía a la Malvarrosa’), al retrato a vuela pluma (‘Póquer de ases’) o al fresco periodístico (‘Crónicas parlamentarias’). El suyo es un talento voraz y poliédrico, en un país que prefiere la etiqueta rápida a la definición mestiza. Por eso Vicent se niega, en redondo, a inscribirse en «ninguna capilla». El próximo 7 de mayo arrancará con su pregón la Feria del Libro de Cádiz: «Será un placer hablar de literatura tan cerquita del mar».

–Sus dos últimos trabajos, ‘Póquer de ases’ y ‘León de ojos verdes’, no pueden ser más distintos. Una recopilación de perfiles literarios, que van mucho más allá de la semblanza al uso, y lo que usted mismo define como «una novela de aprendizaje». A pesar de tratarse de géneros tan diferentes, ¿se enfrentó de la misma manera a su escritura?

–Si hay algo en común en esos dos trabajos es el sentimiento del escalador al pie del Himalaya. Los autores de ‘Póquer de Ases’ son cimas ocho mil de la literatura. En ‘León de ojos verdes’ está el aprendiz que contempla la ascensión como una meta imposible, pero necesaria.

–Le interesa mucho explorar los límites entre realidad y ficción, entre memoria y literatura ¿Usted se niega a hacer la distinción, de una manera premeditada, voluntaria, o es algo que no puede evitar?

–La realidad siempre es una ficción cuando la vivimos y la ficción siempre es una realidad cuando la escribimos. No hay diferencia. La realidad, cuando se pudre con los sueños, se convierte en literatura.

–¿Qué hay de usted en Manuel, el aspirante a escritor que empieza a observar la vida, como material literario, en ese hotel junto a la playa?

–Hay la experiencia, que no es biografía, sino la memoria como una forma de imaginación.

–Después de radiografiar la vida de tantos escritores, ¿ha sido capaz de encontrar una constante creativa, aunque sea mínima, entre ellos? ¿Es posible ‘diagnosticar’ uno o varios motivos comunes por los que alguien empieza a escribir?

–El alcohol, la frustración, la necesidad de crear a su imagen un mundo que no les gustaba.

–¿Por qué lo hizo usted? 

–A este oficio siempre se llega por exclusión, sin motivo. En mi caso, tal vez por narcisismo, o porque no sabía hacer otra cosa.

–¿Por qué lo sigue haciendo?

–Por necesidad. A estas alturas escribir es una forma de respirar.

Literatura y Periodismo

–¿Durante la labor de documentación, investigación o lectura previa a la elaboración de los retratos de ‘Póquer de ases’ se topó con actitudes, frente a la vida o frente a la literatura, en algunos de ellos, con las que se sintiera especialmente identificado?

-Con la solvencia moral de Camus, con la solvencia intelectual de Beckett, con el amor a las palabras de Borges...

–Al final, la literatura está en los ojos de Manuel, en cómo observa las peripecias de los personajes que se cruzan en su camino. ¿Después de todo, la literatura es sólo eso: una mirada y la voluntad de plasmarla?

–La literatura es exactamente eso, una mirada limpia en los poetas y contaminada en los narradores.

–«Lo que no tiende al barroquismo, tiende al periodismo». Es una opinión antigua, de Caballero Bonald. ¿Sigue vigente, o cree que la mezcla de géneros ha hecho imposible cualquier distinción?

Todo es literatura si en la tragedia del telediario se inserta un adjetivo. El periodismo es el género literario de nuestro tiempo.

–¿Le pesa, como novelista, ser un columnista excepcional?

–En este país no te permiten hacer dos cosas bien.

–¿Cree que en España seguimos recurriendo demasiado pronto a las etiquetas, que preferimos clasificar a los escritores con una sola definición fundamental, que es más sencillo, aunque no sea cierta? 

–La pereza intelectual está directamente unida a la clasificación. El primer día se mete a un autor en un compartimento estanco y de allí ya no lo saca ni Dios. Unos críticos se alimentan de otros.

–¿Qué le ha aportado como escritor su labor como cronista y viajero?

–Este oficio tiene de bueno que vivir e incluso dormir es trabajar. Cualquier experiencia vital, ya se trate de un viaje en autobús o una expedición al polo, tiene la misma importancia. La ‘Historia Universal’ sucede todos los días y por otra parte el universo entero cabe en una habitación de una pensión de provincias.

–¿Qué pervive en usted del chico que pisó por primera vez el Café Gijón? ¿Qué ha cambiado?

–Hace ocho años que no lo piso. Fue una etapa muy divertida, la mejor forma que encontré de perder el tiempo. Pero el Café Gijón también era una forma de envejecer cada tarde en público, a lo que me negado.

-Los escritores se dividen en dos grandes grupos (a efectos de esta pregunta): los que afirman que disfrutan escribiendo y los que mantienen que sufren haciéndolo. ¿En cuál se incluye?

–Dada mi abulia congénita, no me gusta escribir, sino haber escrito. Sólo siento placer cuando termino un artículo, lo mando al periódico y me olvido. O al terminar una novela, esperar la suerte que va a correr. 

–¿Dónde lo hace? ¿Tiene horarios, rutinas, algún tipo de ritual?

–Lo hago en casa, en mi estudio, normalmente por las mañanas o a cualquier hora si me siento obligado a entregar un trabajo y me corre prisa. Lo mío es sacudirme esto de encima cuanto antes para largarme de casa.

–¿Qué le dice Cádiz?

–Libertad, gracia, viento, Atlántico, Tartesos y pescaíto frito. No hay plaza de toros, lo cual es todo un invento moderno.