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Ayer fue fiesta, creo

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No es mismo conmemorar que celebrar. No hay sinónimos, aunque haya diccionarios de sinónimos y de antónimos. Si una palabra fuese igual que otra, no se hubiera inventado la segunda. La conmemoración tiene algo de jubiloso, ya que nos trae a la memoria algún suceso que no debemos relegar al olvido, que es un sitio donde cabe todo. La celebración es otra cosa. Para celebrar algo hay que estar contentos y ya me dirán ustedes cómo era el estado de desánimo de los cuatro millones seiscientos mil parados que no olvidaron que en España también era la Fiesta del Trabajo. A quienes no tienen empleo les dicen que deben dedicar un día para acudir en masa y juntarse con otras personas que están en la misma situación. Una situación muy incómoda, porque no tienen sitio.

Llevamos 120 años celebrando o conmemorando esa realidad sagrada que llamamos trabajo. De castigo bíblico, que son los peores, hemos pasado a considerarlo un bien escaso. El Eclesiastés se pregunta «qué saca el hombre de todo el trabajo con que se afana». Y siguiendo con las instructivas parrafadas de la Biblia es obligado recordar aquello de «ganarás el pan con el sudor de tu frente», aunque haya muchos amnistiados de esa condena y otros que han conseguido alterarla y se la ganan con sudor del de enfrente.

En España no cabe un parado más, o sea que habrá que suprimir la Fiesta del Trabajo o cambiarla de nombre. Es un drama que se ha convertido en una pandemia. Cuando leemos las cifras de «población activa» se nos quitan las ganas de desarrollar la menor actividad. 1,8 millones de compatriotas llevan más de un año en paro. Sin dar golpe, pero recibiéndolos todos. Ayer se llenaron las calles. Desgraciadamente yo no pude ir porque tuve mucho trabajo. Demasiado para mi edad.