David Cameron. :: LA VOZ
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Los británicos otean un cambio con negro horizonte económico

El gobierno que salga de las urnas el jueves deberá marcar un paso diferente que quizás conduzca a una profunda reforma del sistema político

LONDRES. Actualizado: Guardar
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El próximo jueves los electores británicos cambiarán su Gobierno mientras avanzan hacia la más grave situación económica desde hace treinta años. Lo cambiarán porque será elegido un primer ministro conservador, poniendo fin a la hegemonía laborista, o porque el cómputo dejará un Parlamento tan emparejado que obligará a la formación de gabinetes de coalición y quizás a una reforma más profunda del sistema político.

Los medios de comunicación amplifican estos días el sentimiento extendido en la población de que ésta es la elección más interesante en mucho tiempo. Las tres victorias sucesivas de Tony Blair fueron previstas. La de John Major en 1992 no lo fue, pero era una batalla típica entre conservadores y laboristas. Como lo fueron las de los años setenta, algunas muy disputadas, que se resolvieron finalmente con la impronta de Margaret Thatcher transformando hondamente el Estado y la sociedad. El interés y expectación de estos comicios no es consecuencia del enfrentamiento entre ideologías opuestas que quieren dar rumbos muy diferentes a la política británica sino de la incertidumbre del resultado por la irrupción de Nick Clegg, líder de los liberaldemócratas, como un político popular, capaz de registrar en los sondeos una intención de voto que le haría candidato a ser primer ministro en un sistema electoral proporcional.

Pero Clegg no será primer ministro y su poder, reflejo tanto del hartazgo de un sector de la población con la tradición maniquea del bipartidismo como del factor 'Operación Triunfo' que las cámaras dan a todo lo que enfocan, será administrado el 7 de mayo en función de una aritmética de escaños en la que los grandes números serán los de los dos partidos más importantes. La incertidumbre sobre el resultado es desigual. Los votos pueden entregar el gobierno a un Partido Conservador cuya idea más poderosa es el fomento de una 'gran sociedad' que asuma funciones que ahora se asigna el Estado o a una coalición entre laboristas y liberales.

El túnel de la crisis

El probable resultado de esta elección es que Reino Unido tendrá un Gobierno minoritario que deberá pactar su legislación con otros en la Cámara de los Comunes o una inusual coalición dispuesta a cambiar el sistema que ha dado al país durante un siglo de sufragio universal gobiernos mayoritarios y estables. Y esto ocurrirá cuando los vagones del tren británico crujen y se adentran en el túnel de una crisis cuya luz final nadie aún ha divisado.

Hoy se cumplen exactamente trece años desde que Tony Blair entró con su familia en Downing Street saludando a jóvenes simpatizantes del partido a los que se convocó para recibir al líder, ondeando no ya banderas rojas ni puños del viejo estilo sino la Union Jack británica, que mostraba el tránsito de la formación hacia el espacio central de la política de 'una nación' que los conservadores habían abandonado. Blair y sus aliados habían ocupado el centro por convicción quizás y también para ahuyentar el temor de una derrota como la encajada en 1992. Entonces, los conservadores de Major, con la ayuda de los medios de comunicación afines, alarmaron a la población sobre la intención laborista de aumentar ligeramente el impuesto sobre la renta. Cinco años después, Blair y su mano derecha para la economía, Gordon Brown, prometieron mantener las magnitudes de gasto público y los tipos fiscales previstos en los planes del último Gobierno conservador que ha conocido el país.

Los 'nuevos laboristas' dedicaron su primer ejercicio a la paz norirlandesa, a despedir del Parlamento a los lores hereditarios, a crear autonomías en Escocia y Gales... Se hacían reformas políticas pero no se veían mejoras en los servicios públicos, especialmente la sanidad y la educación, cuyo deterioro había asustado a las clases medias que habían sostenido las promesas del liberalismo económico de los gobiernos de Thatcher.

Arcas a rebosar

Brown, ministro de Hacienda, tenía las arcas a rebosar en un momento de expansión económica mundial y cuando pudo liberarse de la promesa de cumplir con las magnitudes de su predecesor 'tory', descargó una cascada de dinero público. Especialmente sobre las áreas industriales que habían sido fieles al laborismo durante la era conservadora. Pero también por el resto del país se desplegó una inversión pública desconocida por los que aún viven. Nuevos hospitales y colegios, más enfermeros y maestros...; el empleo en el sector público ha crecido en los años laboristas cerca del 20%. Y el privado construía centros comerciales por doquier en una misteriosa economía de servicios siempre en expansión, como los precios de las viviendas. Antes de que en el otoño de 2008 se confirmase lo que ya había anunciado, la nacionalización forzosa del banco Northern Rock, Brown ya intentaba frenar el gasto público, que desde 2002 había entrado en déficit. El descenso radical de los ingresos fiscales, especialmente de los procedentes de la City financiera de Londres, y el gasto social para paliar los efectos de la crisis han convertido aquellas magnitudes en menudencias y han disparado la deuda.

Reino Unido, aliviado parcialmente por el descenso de la libra en los mercados internacionales, se enfrenta a un ajuste profundo en la dimensión de los servicios públicos en los próximos años. Los tres partidos que compiten en esta elección han reconocido que dejan para el futuro la tarea de indicar dónde recortarán el gasto público para llegar a la cantidad necesaria. Para tal horizonte Reino Unido tiene algo que los analistas del mundo internacional de las finanzas valoran mucho y no encuentra en otros países: el prestigio de una gobernabilidad asentada y estable. Quizás sea una coincidencia que precisamente en este momento llegue esta elección con el resultado más incierto que nadie recuerda.