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ALTO RIESGO

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El crimen pasional ha existido siempre, pero jamás ha habido tantos apasionados criminales. El pasado año se registraron 55 asesinatos machistas -muchísimos más que los hembristas- y el Consejo General del Poder Judicial intenta explicarse lo que no tiene explicación, salvo un mal entendido varonil del concepto de propiedad privada. «O mía o de la tumba fría». Nada de herencias árabes, ni repartos de papeles, ni de ancestral dominio, ni de otras gaitas. Para matar a una mujer la única cosa que se necesita es tener ganas de matarla. Ya sabemos cómo es el amor cuando da la vuelta sobre sí mismo: se transforma en odio o incluso en algo peor, que llamamos amor propio. Al desaire y lo que se denomina «orgullo herido» se juntan factores económicos, pero no creo que haya que echar la culpa de la horrible situación a que no se evalúen suficientemente las denuncias de las mujeres por malos tratos. Muchas no lo hacen porque temen que si lo hacen y se entera el agresor puede ser el último tratamiento.

Un humorista inglés dijo que todo el mal proviene de que las mujeres están hechas para casarse y los hombres para quedarse solteros. Otro, más pesimista, estaba convencido de que el matrimonio consiste en una ceremonia en la que se coloca un anillo en el dedo de la esposa y otro en la nariz del esposo. Todo eso se ha quedado muy antiguo, gracias al divorcio, que permite rectificar el pasado y volver a equivocarse varias veces.

El 17% de las 55 mujeres asesinadas el año pasado habían denunciado al bestia de su marido. No hubo imprevisión del crimen, lo que pasa es que quien la sigue la mata. Muchos de estos bárbaros se suicidan posteriormente. Un error. Debieron hacerlo con anterioridad y así al menos hubiesen salvado una vida.