Rodríguez Zapatero, José Antonio Griñán y Mariano Rajoy. :: M. gómez
Ciudadanos

Enseña de luto en un hangar de la Base de Rota

Sólo al final del acto de honores fúnebres, liberados del protocolo, los compañeros de los fallecidos se abrazaron Las familias prefirieron vivir la ceremonia en la intimidad

ROTA. Actualizado: Guardar
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A las diez y media de la mañana, en el hangar número 5 de la base de Rota, suena el primer repique de tambor. La cadencia de los golpes, sobria y pausada, abre la ceremonia de honores fúnebres con los que se despide a los marinos fallecidos en Haití. El redoble, ahogado al final por el vuelo cercano de un helicóptero, reverbera en el techo metálico de la planta. Al fondo, cuatro coronas de flores y una enorme bandera de España. Sobre la enseña, un Cristo Crucificado.

La megafonía, en tono neutro, acaba de enumerar el nombre y rango de los militares a cuya memoria honrarán sus compañeros: Luis Fernando Torija Sagospe, comandante del Cuerpo de Intendencia; Francisco Forné Calderón, teniente de Infantería de Marina; Manuel Dormido Garrosa, alférez de navío; y Eusebio Villatoro Costa, cabo mayor de Infantería de Marina. Después, la misma voz hueca e impersonal, pide a los asistentes que tomen asiento. En un lateral del hangar, sus Majestades los Reyes de España esperan la llegada de los féretros. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el de la Junta, José Antonio Griñán, el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, y la ministra de Defensa, Carme Chacón, al igual que el resto de las autoridades, civiles y militares, también aguardan sin hablar.

«Semillas de nobleza»

Los oficiales de la Armada cruzan sus manos sobre el vientre. Los guantes blancos del uniforme de gala resaltan sobre las chaquetas oscuras. La familia, por petición propia, vive la ceremonia en una estancia aparte, dentro de la misma planta, pero lejos de las cámaras. Toque intenso de corneta. Silencio cerrado. Cinco marineros, en formación, transportan una pequeña bandera que colocan junto al altar.

La banda comienza a interpretar la marcha fúnebre. Los militares se descubren para recibir a los féretros, alineados en la puerta. Los compañeros que los sostienen acompasan la respiración. Marcan el paso hasta la capilla. Fuera, vuelve a rugir el zumbido sordo y lejano del motor de un avión. Juan del Río, el arzobispo castrense, dice en su homilía que es difícil de entender que alguien pierda la vida cuando intenta salvar la de otros, que no hay tarea más hermosa que intentar que un pueblo recupere su dignidad, pero que está seguro de que los cuatro son «como granos de trigo que caen en la tierra, que pronto serán semillas de nobleza, generosidad y solidaridad para la Armada y para España». Los pocos marineros de la dotación del 'Castilla' que han podido asistir al funeral escuchan sus palabras en actitud marcial, sin mover un solo músculo. «Sabed que no estáis solos», termina, dirigiéndose a los familiares.

Tras el 'Himno de España', el 'Padre Nuestro'. Rajoy reza en voz alta. Zapatero, no. El coro entona la 'Salve Marinera'. «De tu pueblo a los pesares / tu clemencia dé consuelo fervoroso/ llegue al cielo / hasta ti, hasta ti, nuestro clamor». La megafonía anuncia, después de una larga retahíla de preceptos burocráticos, que el Rey impondrá a título póstumo la Cruz al Mérito Naval a los cuatro fallecidos. El ceremonial es rápido y austero. El coro canta ahora 'La muerte no es el final'. «Cuando la pena nos alcanza / del compañero perdido / cuando el adiós dolorido / busca en la fe su esperanza.». Una nueva comitiva dobla las banderas que cubren los ataúdes y los responsables de cada unidad hacen entrega de ellas a las familias. El homenaje termina con una descarga seca de fusilería. «En cuanto se muevan las familias, todas las cámaras abajo», advierte discretamente uno de los responsables de la organización del acto. Los féretros abandonan el hangar. Detrás, rotos por el dolor, desfilan madres, padres, esposas e hijos.

Fuera del hangar, liberados ya de la rigidez del protocolo, los marinos se abrazan. Algunos lloran. Un último avión cruza el cielo. Las coronas han dejado a su paso un reguero de claveles.