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La vidente

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Para ver venir el futuro hace falta tener una vista privilegiada, ya que siempre está un poco más lejos de lo que parece a simple vista. Es de suponer que hubiera mucha gente de talento antes del Imperio Romano, pero ninguno previó que una pequeña capital, más bien una aldea llamada Roma, iba a ser su centro. Lo más curioso de las profecías es que les sigamos haciendo caso aunque no se cumplan: necesitamos creer en algo, de modo muy especial en lo que nos complace. De ahí que los augures optimistas nos caigan más simpáticos que los que predicen zodiacos funestos y hay que agradecerle a doña Elena Salgado, vicepresidenta económica y ministra de Economía y Hacienda, su pronóstico favorable del tiempo financiero.

Algún premio Nobel que otro, ya que después de ganarlo todo tienen mucho tiempo libre, nos está alertando sobre los peligros de la desaparición del euro, pero en tierno contraste doña Elena nos inyecta ánimos y promete que «habrá crecimiento enseguida». Quizá sea una mera intuición, pero quién dice que la intuición no sea un camino de conocimiento. Siempre que oigo hablar de alguna persona que «sólo tiene una gran intuición» me entran unas grandes ganas de conocerla. No puede quejarse del injusto reparto de los dones si los volubles dioses le han otorgado esa dádiva o gracia especial, aunque en España, no sin razón, digamos que «no hay don sin din», refiriéndose al dinero.

Además de elegante, doña Elena es optimista, y así como la primera condición es intransferible, la segunda es contagiosa.

Falta nos hacen personas como ella, que no lo vean todo negro a pesar de la nube de ceniza que paraliza no sólo los aeropuertos sino las pistas de despegue de la esperanza.