Opinion

Querido Benedicto XVI

PRESIDENTE DIOCESANO DEL MOVIMIENTO FAMILIAR CRISTIANO Actualizado: Guardar
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Querido Benedicto XVI, somos muchos los que nos hemos visto sorprendidos en estos días de pasión con dos hechos que nos han ayudado a despertar. Por una parte las denuncias de abuso de menores por parte de un minúsculo número de sacerdotes. Y, por otra, la feroz campaña de odio y difamación contra la Iglesia; da igual el motivo, su objetivo es volver a crucificar a Cristo, crucificando a la Iglesia y al Papa.

Santo Padre, quiero darle las gracias porque, una vez más, nos ha comunicado con su testimonio de vida y con sus palabras las certezas del Evangelio. Palabras severas y tajantes ante esos graves delitos por los que los culpables responderán «ante Dios y ante los tribunales». Palabras llenas de sabiduría y coraje para no amedrentarse ante el griterío, las murmuraciones y la campaña emprendida contra el Vicario de Cristo y la Iglesia. Gracias, Santo Padre, por dedicar este año a los más de cuatrocientos mil sacerdotes que lo han dejado todo para servir al pueblo en parroquias, hospitales, escuelas, incluso en países donde exponen sus vidas a torturas y asesinatos.

Es curioso ver cómo estos enemigos de la Iglesia se sienten muy a gusto en una sociedad donde el asesinato de niños en el vientre materno es un derecho. Se sienten cómodos en una sociedad donde las relaciones «consentidas» entre un adulto y una niña de 14 años no es delito. Se sienten con el derecho a imponer perversiones sexuales en la escuela y les encantaría que fueran patrocinadas por instituciones públicas. No les escandaliza que se fomente la prostitución a través de las páginas de anuncios de los periódicos. No les inquietan otros tantos síntomas de una sociedad vacía y enferma.

Santo Padre, cuente con nosotros para acompañarle en su maravillosa tarea. Seguiremos evangelizando porque el Evangelio, además de ofrecer la felicidad, hace personas libres. Seguiremos defendiendo la vida, ayudando a las madres para que acojan a sus hijos; y a las que han sufrido el calvario del aborto seguiremos mostrándoles las manos abiertas de una Iglesia que las acoge con misericordia y las cura de sus heridas. Seguiremos trabajando por el reconocimiento de la dignidad de toda persona, mujeres, hombres, niños, inmigrantes, ancianos, minusválidos físicos o psíquicos; en escuelas, hospitales, comedores sociales,... Seguiremos alzando la voz contra el paro, el hambre y la guerra en cualquier parte del mundo. Seguiremos multiplicando familias cristianas para que sean células sanas en una sociedad enferma. Seguiremos luchando por una educación en valores humanos y en una sexualidad humana y responsable. En definitiva, seguiremos construyendo una sociedad más humana, más libre, más justa y en paz. Seguiremos sembrando felicidad en los corazones de nuestros semejantes.

Gracias, Santo Padre, por recordarnos siempre la presencia de Jesucristo y sus palabras: «En el mundo tendréis luchas; pero tened valor; yo he vencido al mundo» (Jn 16,33).