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Sociología del miedo

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Quienes estudian el comportamiento de las sociedades humanas han llegado a la misma conclusión de los que no indagan en ellas: nadie sabe nada acerca de cómo se desenvuelven. En España se venden más coches que nunca y la gente sencilla y normal ahorra más dinero del que en los buenos tiempos recibió jamás. ¿Cómo pueden crecer las huchas, «hechas también de barro», como las tapias de los cementerios de las aldeas, en tiempos de crisis? A nadie le extrañaría que viniera una oleada de suicidios entre los expertos en economía. Intentan comprender y sólo consiguen el envejecimiento facial, ya que pensar nunca ha sido un buen tratamiento estético.

Beltrand Russell decía que eso explica por qué un rostro verdaderamente estatuario sólo puede ser atributo del alto clero.

El miedo, que delega en los pies muchas decisiones del cerebro, ha hecho que se dispare el ahorro familiar, pero cómo se puede ahorrar parte del dinero que nos falta para llegar a fin de mes, sobre todo después de una Semana Santa donde se echa la casa por la ventana. No se entiende nada, aunque nuestro deber siga siendo explicarnos todo. Los hijos de los cuatro o cinco millones de parados españoles se preguntan por qué ha aumentado el ahorro mientras a ellos no se les puede comprar unos zapatos. Sabemos por Fernando Savater que todos los niños son presocráticos. Preguntan y preguntan. Solemos mentirles diciéndoles eso de la «economía sumergida», pero no se lo creen si están sus padres con el agua al cuello. Estamos conviviendo con medidas del tamaño aproximado de la red Gürtel, especializada en atrapar pescados chicos y dejar en libertad a los grandes. Lo que no deja de ser una versión nueva del milagro de los panes y los peces, pero sin pan.