Opinion

Pulgas

ESCRITOR Actualizado: Guardar
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Los parias son las pulgas de la Tierra. Y parece como si la Tierra, de cuando en cuando, como una perra pulgosa, se rascara allá donde le pica para liberarse de buena parte de ellas. Ahora ha sido Haití la que ha sufrido el furor de sus uñas.

Nuestro planeta todavía está en obras. Nos hemos encontrado metidos dentro de esta nuestra casa cuando aún no se encuentra rematada. Cuatro mil quinientos millones de años no es tiempo suficiente para que la vivienda haya quedado concluida. La constructora geológica trabaja a un ritmo muy lento. Vivimos sobre el delgado cascarón de una bola de fuego. Eso conlleva un riesgo. Algunas zonas están más expuestas que otras a la patas del animal. La opinión lógica es que poco podemos hacer frente a eso.

En los países desarrollados se está consiguiendo minimizar los daños que producen los terremotos. En países como Haití la ira de la tierra viene a sumarse a su larga historia de desgracias. Cedida por España a Francia en el siglo XVII, este segundo país creó en esta parte de la isla un feroz sistema esclavista. La actual sociedad haitiana hunde sus raíces en el cieno de esa perversión humana. Los sueños de la razón occidental engendraron éste y otros monstruos.

A principios del XX, tras más de un siglo de independencia, EEUU invadió esta mitad de La Española y ejerció durante casi veinte años un control absoluto sobre ella. En la segunda mitad de este siglo los haitianos fueron víctimas de la terrorífica tiranía de los Doc, Papa y Bébé, padre e hijo. Una dictadura cimentada sobre el continuado latrocinio y una mentalidad religioso-animista proveniente del sustrato africano sacado de su contexto geográfico y cultural, pero con la connivencia de la primera potencia del mundo.

Hasta el momento en que la tierra tembló, Haití tenía el dudoso honor de ser el país más pobre de América, con un 70% de la población que vivía en la más absoluta de las miserias. Las naciones occidentales que centran su interés en estas zonas de la tierra sólo cuando son susceptibles de ser explotadas, lo han mantenido alejado de cualquier programa de desarrollo tanto en cuanto el antiguo Saint Domingue, a los ojos de las empresas internacionales, es un pastel tan poco apetitoso como el de las galletas de lodo, manteca vegetal y sal que los nativos comen para combatir el hambre.

El país no posee recursos naturales. Su territorio es en el presente un erial desforestado por las exigencias de leña y madera de la depauperada población. Esto ha traído como consecuencias directas la erosión del suelo y la escasez de agua potable. Si además consideramos que casi el 80% de las personas instruidas acaba emigrando hacia otras latitudes, el panorama no puede ser más desolador. Exceptuando a los miembros de una élite heredera de las prácticas de los antiguos bucaneros y filibusteros que encontraron refugio en sus costas, tenemos a casi diez millones de personas abandonadas a su suerte.

El terremoto ha sido como un castigo aportado por el mortífero Barón Samedi por haberse dejado olvidar por los países que fueron los principales artífices en la creación del monstruo. España se lavó en su momento las manos, Francia provocó el lodazal humano y EEUU no hizo nada por ponerle remedio.

No vamos a hablar de las cifras de la catástrofe por no dejar reducida ésta a la fría matemática de unos números cuya realidad nunca llegaremos a conocer. No vamos a recrearnos en la tragedia porque basta con abrir cualquiera de los diarios para hacernos una idea del horror. No vamos a tocar en la herida con el relato de ninguno de esos episodios de ruina, violencia, desesperación y muerte que están viviendo los haitianos, porque tal ejercicio no iría más allá de la desautorizada repetición de lo narrado por quienes están siendo sufridos testigos de los mismos.

De todas formas no deben estar del todo descontentos los haitianos por la cruel sacudida de la tierra. Cuando menos ha servido para que el mundo se acordara de que existen, aunque haya tenido que ser al precio de centenares de miles de muertos. Ahora los países con recursos se están volcando para tratar de sacar a ese desgraciado rincón del planeta del pozo donde ha caído. Los organismos internacionales de solidaridad alertan de que la ayuda no está llegando con la celeridad requerida para que los que han logrado escapar con vida de la brutal sacudida, no vayan muriendo ahora lentamente de sus heridas, de hambre o de cualquiera de las enfermedades epidémicas que van a comenzar a declararse.

Los responsables directos de la distribución del socorro lamentan la falta de comunicaciones, de carreteras, de aeropuertos, de hospitales, de seguridad. Denuncian la proliferación de grupos que se están dedicando al saqueo y al pillaje de los alimentos y medicinas que están siendo enviados. Parece que no nos hubiéramos dado cuenta de la pésima salud del enfermo sino en el momento en que agoniza.