Sociedad

Campos de soledad

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Vale un poco menos España tras la muerte de Miguel Delibes. El campo, que ya estaba afligido con la desaparición de Muñoz Rojas, ahora se queda al descampado. ¿Por qué se van los que nos han ayudado a vivir? Todos se ausentan cuando más falta nos hacían y cuando cunde el pesimismo que jamás profesaron. Ellos sabían que el mundo no es pésimo, aunque sea muy mejorable. Miguel Delibes era el penúltimo de esa gloriosa genealogía de los migueles que empieza en Cervantes y termina en Miguel Hernández, pasando por Unamuno. Los arcángeles, que ahora nadie sabe si han bajado a segunda división, ni siquiera si tenían plumas de escritores camufladas en las alas, venían siendo especialmente benefactores con ese patronímico. Yo ni sé a qué celesta categoría se adscribían. Lo que sí sé es que he perdido un maestro no sólo literario, sino un profesor en conducta.

Tenía Delibes una virtud tan poco frecuente entre españoles como el sosiego. Jamás le vi enfadado, ni ansioso. Merecía el Nobel, pero ya se sabe que ese supremo galardón no se otorga por méritos, sino por votos. Releo una generosísima carta suya y me dispongo a releer 'El hereje'. Conviene hacerse una idea de cómo éramos, para intentar comprender algunas claves históricas. No es lo mismo el pesimismo que la desilusión, ya que no siempre una cosa traiga a la otra. Miguel Delibes era un gran narrador de historias, pero durante muchos años fue un gran escritor «en periódicos», que tampoco es lo mismo que ser «de periódicos». Protegió a los mejores, en vez de a quienes no lo merecían. Por eso hizo una cátedra de 'El Norte de Castilla'. Nunca estuve con él en Valladolid, ni en el campo. Claro que yo no he estado en el campo con nadie. No sé si me gusta. Lo que sí me gusta es conocer y reconocer a mis clásicos.