Editorial

Enfado bajo control

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El encuentro de Obama con el Dalai ha enfurecido a China, a pesar del perfil bajo que se le dio y de que otros presidentes de EE UU ya lo habían recibido. El líder espiritual de los budistas del Tíbet vive en el exilio desde 1959 y es partidario de la autonomía de esta región bajo dominio chino. Obama no había querido verlo antes de su viaje en otoño a Pekín. Desde entonces las cosas han cambiado. Washington ha endurecido su política hacia China, ante su falta de cooperación en no pocos asuntos (Irán, cambio climático, derechos humanos). Como se vio con la venta de armas a Taiwán, Obama ha abandonado la actitud de «volver a empezar» en su política exterior y practica un realismo cada vez más exigente. En el caso del Tíbet además el presidente está haciendo un guiño al ala izquierda de su partido, cada vez más descontenta, y a las organizaciones religiosas que apoyan al Dalai. El régimen comunista exige ahora compensaciones y es posible que se posponga la visita del presidente chino a EE UU. Sin embargo, ambos países tienen demasiados intereses comunes como para no hacer un buen control de daños. Como ha dicho el propio Obama, la relación China-EE UU definirá el siglo XXI y es demasiado pronto para que ambas partes dejen de invertir en ella.