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Baile madridista en el potrero

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A la vista de su campo de fútbol, puede decirse que Jerez ha respondido de manera dispar al elogio que de sus diversas maravillas hicieron los más eximios literatos. Shakespeare, por boca de Falstaff en «Enrique IV», invitó a paladear el jerez, y felizmente en eso estamos. Cervantes, más sobrio, en «El Quijote» encomió «los elíseos jerezanos prados», y ahí, sin embargo, lo mítico le falla a Jerez, al menos en Chapín. Miren ese campo: es más bien un potrero, una majada; no le alcanza para ser elíseo que retocen en él los dioses del fútbol. No todos eran dioses en Chapín, pero por los trabajos que exigía el control del balón cualquiera podía reclamar como mínimo el título de héroe. El desafío de la noche era domar la pelota, no jugarla. La fiera botaba, brincaba, y dirigirla a la portería era una hazaña. Lo supo pronto Cristiano, que en el minuto 20, con todo a favor, remató demasiado alto por culpa de un terrón cruzado en su camino. Cristiano, que volvía tras su sanción, dejó además en la primera parte dos remates de cabeza, uno de los cuales tocó por arriba el larguero.