TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

25 AÑOS DE VERJA ABIERTA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Cómo España iba a incorporarse a la Europa comunitaria con una frontera interior cerrada a cal y canto? En 1985, veinticinco años atrás, iba a tener lugar la adhesión española al tratado de la Comunidad Económica Europea y, a 5 de febrero, se produjo la esperada reapertura plena del paso fronterizo de Gibraltar. El cierre se había producido dieciséis años antes: en 1969, Fernando María de Castiella, el ministro del Asunto Exterior como se le llamó por su interés diplomático en este contencioso, decidió echar el candado a la Verja, como culminación de una nueva guerra fría entre los gobiernos del Reino Unido y España en torno a esta vieja colonia, en poder británico desde 1704.

En la segunda posguerra mundial del siglo pasado, el hecho de que Franco se negara a permitir que las tropas nazis cruzaran la Península para la llamada Operación Félix que pretendía ocupar el Peñón, le valió un cierto apoyo tácito del mismísimo Winston Churchill, quien terminó por abrirle, después de la Segunda Guerra Mundial, las puertas de Naciones Unidas y de la comunidad internacional. En 1954, la reina Isabel II visitó la Roca y la dictadura española, que ya se sentía reforzada por el concordato de la Santa Sede y el primer acuerdo hispano-norteamericano, ambos del año anterior, decidió iniciar una presión diplomática ante la Asamblea General de la ONU. El Reino Unido reaccionó otorgando una Constitución a los yanitos y a España no se le ocurrió otra cosa que cerrar la frontera. Ambos sucesos tuvieron lugar en 1969 y el balance no pudo ser más negativo para los intereses que perseguía el franquismo. Aunque el pato volvieran a pagarlo los ciudadanos de una y otro lado de la Verja: aislados, sin siquiera comunicaciones telefónicas ni marítimas, las familias separadas por aquella cancela que el Reino Unido levantara en 1916 iban hasta allí para hablarse a gritos.

Lo cierto es que Gibraltar no cayó nunca como fruta madura, sino que forjó una idiosincrasia numantina, como todavía le gusta recordar a Rafael Palomino, aquel socialista que fue presidente de la Mancomunidad de Municipios del Campo de Gibraltar y que junto al entonces alcalde linense Juan Carmona, asumió un papel comprometido en la reapertura del paso. Los yanitos se encastillaron y sus sindicatos lograron la paridad de salarios con los trabajadores británicos, en un pulso que rearmó también su identidad como pueblo. En el momento del cierre de la Verja, diez mil españoles contaban con un empleo allí, no siempre en las mejores condiciones laborales y sociales. Hoy, veinticinco años después de la reapertura plena y veintisiete y pico desde que el 15 de diciembre de 1982 se abrió tan sólo para peatones, en el Peñón han encontrado trabajo tres mil compatriotas. ¿Por qué? Porque para suplir en 1969 la mano de obra española, las autoridades británicas incentivaron la inmigración desde Marruecos y hoy los obreros marroquíes siguen estando allí, aunque no se les permita quedarse después de su jubilación. Para colmo, vino de fuera el grueso de la mano de obra que encontró curro en el Polo Industrial que se abrió como un escaparate de chimeneas para que los yanitos quisieran ser españoles.

Pacifistas como Gonzalo Arias y simples ciudadanos como Juan Manuel Ballesta impulsaron la apertura de aquel muro de hierro cuyo cierre había provocado que numerosos campogibraltareños tuvieran que emigrar: muchos de ellos se establecieron en Rota, al socaire de la base, por el simple hecho de que sabían hablar en inglés. La Línea, sin término municipal, se asfixio bajo la desazón el fraude de Confecciones Gibraltar, la mayor de las industrias que se establecieron allí para intentar compensar la perdida de beneficios que daba el trasiego fronterizo. Así que hace veintiocho y hace veinticinco años, los linenses esperaran que la normalización del paso, volviera a atar sus perros con longaniza. Pero no fue así: la comarca y Gibraltar se acostumbraron a vivir de espaldas, sin que volvieran a establecerse más espacios de convivencia que las ventas de los domingueros y el Sotogrande de los bolsillos pudientes.

El proceso de reapertura de Gibraltar comenzó en 1980 con el acuerdo de Lisboa que firmó el ministro español de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja -entonces gobernaba UCD- y el británico Lord Carrington, que luego sería secretario general de la OTAN. El 20 de abril de 1982 -así se llama la avenida linense que conduce a Gibraltar-, estaba previsto que se abriera la Verja, pero no pudo ser porque lo impidió la guerra de las Malvinas. Hubo que esperar, para ello, hasta fin de aquel año: fue Fernando Morán quien llevó dicho asunto al primer consejo de ministros presidido por Felipe González. Luego, vendría el acuerdo de Bruselas de 1984 y las conversaciones de Ginebra, coincidentes con la reapertura total de la Verja en febrero de 1985. Para Gibraltar, comenzaba entonces, por otra parte, la reconversión del astillero militar y las privatizaciones que afectaron al ministerio de Defensa, en una política con la que Margaret Thatcher obligó a todos los británicos a convertirse en extras de 'Full Monty'. El Peñón se busco entonces las habichuelas como centro financiero sospechoso de opacidad. El acuerdo sobre el aeropuerto, que se firmaría en 1988, le costaría el puesto al ministro principal Joshua Hassan. Y cuando finalmente, como ocurrió recientemente en el foro tripartito, decidimos una solución práctica para dicho campo de aviación, ahora resulta que no son rentables los vuelos a Barcelona y Madrid.

Sigue habiendo problemas mutuos, claro, desde el blanqueo de dinero al medio ambiente. Pero existe un foro en donde hablar de ellos. Hoy, Gibraltar sigue empeñado en un estatus propio que le de autonomía bajo el paraguas británico. España no renuncia a la soberanía pero entiende que esto va para largo y que no hay por qué penalizar entretanto la vida cotidiana de quienes habiten a ambos lados de la Verja. Algo es algo.