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Epidemias y laboratorios

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Con la salud no se juega y menos aún con la de los ciudadanos del primer mundo, que últimamente no ganamos para sustos a cuenta de los cíclicos anuncios de terroríficas epidemias planetarias que amenazan con liquidar nuestra sociedad del bienestar.

Esto lo saben bien quienes fabrican las medicinas, que a la vista de lo estupendamente que les ha salido el timo de la gripe A han debido pensar que lo más rentable es generar ellas mismas la epidemia, sin tener que esperar a que ésta aparezca espontáneamente. Por eso intuyo que vamos a pasar de la fase de pruebas, consistente en simular una epidemia inexistente para obtener pingües beneficios con la vacuna preparada 'ad hoc', a la fase de producción de epidemias, consistente en inventar la enfermedad, esta vez de verdad, y procurarse al tiempo la vacuna, así ya nadie podrá afearles que no había epidemia. Los gobiernos volverán a pasar por caja, no vaya a ser que la gente le dé por morirse.

Es de descubrirse, las aportaciones que históricamente ha hecho la industria farmacéutica al desarrollo del 'marketing'. Sirva como ejemplo el invento del turismo de congresos, que consiste en pagar un viaje de ensueño a todos los médicos de una determinada especialidad para presentarles sus productos, con la condición de que a la vuelta alaben el alto nivel científico del mismo y sobre todo receten el medicamento que les han presentado; eso sí, jurando sobre la piedra 'cuadrá' que ellos no se venden por un viajecito. Faltaría más.

Pero ya se sabe que la avaricia es atributo propio de la condición humana, así que en vez de tomarse el arduo trabajo de recomendar la pastillita a cada especialista, han decidido que les trae más cuenta hacerlo a lo grande. O sea: se ficha a los números uno de la especialidad, se les convence a base de millones, se anuncia una pandemia bíblica -para terminar de convencer a los mas reacios se reparten unos cuantos muertos por el mundo- y ya tenemos a los gobiernos comprando vacunas por millones. Elaborada estrategia del miedo, porque no hay nada que inspire más temor a los políticos del primer mundo que verse sorprendidos por una buena epidemia y que se les empiece a morir el personal. Por si acaso, se paga.