CONFINAMIENTO EN LA SIERRA

Crónica: la Sierra de Cádiz, vacía en el puente de Todos los Santos

Ni coches ni personas por las calles, los pueblos de la comarca intentan aguantar el golpe económico de un confinamiento «necesario»

El centro de Grazalema, completamente vacío. Antonio Vázquez

Verónica Sánchez

«Esto era necesario. Aquí hay muchos contagios, ya ni sabemos de dónde salen», admite María del Carmen. Su kiosco, situado en el centro de Grazalema, este sábado 31 de octubre, en pleno puente de Todos los Santos, está vacío. «Hoy mi caja es de 0» , declara a este periódico, al tiempo que afirma que aguanta económicamente como puede, con la mirada puesta en el próximo puente.

María del Carmen vive principalmente del turismo, como muchos otros negocios del centro de este pueblo de la Sierra. Pero los únicos que pisan la calle este sábado son los grazalemeños. Desde la medianoche del jueves al viernes este municipio, junto con el resto de los de la comarca, está confinado. Nadie puede salir ni entrar en él salvo causa justificada. Los pocos de fuera que quedan en el pueblo se marchan para regresar a su domicilio particular. Son las 12 horas y las calles que en otros tiempos estarían llenas de visitantes y coches están ahora vacías. En medio del silencio sorprende escuchar un ruido de maletas. «Somos de Honduras pero vivimos en Alemania. Nos vamos ya, cuando llegamos aún no lo habían confinado», explica el dueño de una de ellas antes de montarse en un coche de alquiler y comenzar el viaje de vuelta.

En el pasado puente, el del 12 de octubre, el pueblo se llenó de turistas. La Sierra, literalmente, «colapsó», afirma un agente de la Guardia Civil. « La gente tardaba tres horas en llegar de El Puerto a aquí . Hubo personas que se fueron a las 18.00 horas sin haber podido comer. Tuvimos que cortar los accesos y ya en Jerez se avisaba en los paneles para que no viniesen. Pudieron venir entre 25.000 y 30.000 personas», narra, al tiempo que un policía local de El Bosque admite que en 15 años de servicio nunca había visto nada igual.

Para este puente la Sierra se había preparado, no podía volver a pasar lo mismo. «El martes nos juntaron a todos los comerciantes para contarnos que tenían un plan especial de cara al puente y el miércoles nos dicen que van a cerrar» , narra a este periódico María del Carmen. Tiene una tienda de regalos y complementos en Grazalema, que regenta junto a su hermana, cerca del kiosco de su tocaya. Vive del turismo y señala que ha decidido abrir la tienda estos días para no quedarse en casa. «Aquí estoy haciendo un sorteo de un bolso, al menos vienen los del pueblo y me compran un número», dice.

El confinamiento del pueblo «era necesario», dice María del Carmen, pero cree que llega tarde. Los casos de coronavirus que hay en Grazalema (ha sido el primer municipio gaditano en superar la tasa de 500 por cada 100.000 habitantes) está segura de que no han sido debidos al gran número de turistas del pasado puente. «Este pueblo es pequeño y todos nos conocemos, sabemos de donde vino, y fue de una fiesta de unos chavales . Y como aquí tenemos mucha relación de unos con otros, pues se pasa», explica y admite que en su familia ha habido casos de coronavirus «y lo hemos cogido dentro de la misma familia».

«Hay miedo»

«Mal. Muy mal», se lamenta José Hidalgo, el dueño del bar Grazalema Plaza, situado en la Plaza de España, cuando le preguntamos qué tal el puente confinados. En un día normal de puente la caja de su negocio rondaría los 1.500- 2.000 euros, y este sábado hará entre 20 y 30 euros . Sus ganancias han caído «un 98%», detalla. José ha tenido que despedir a cuatro personas y el género que había comprado para estos días lo ha congelado, «lo que he podido. El resto me lo estoy llevando a casa y también daré a mi familia, porque no lo voy a tirar. Ya lo pagaré cuando pueda», declara.

En Grazalema «hay miedo», dice José. «Ahora mismo en la calle puede haber un tercio del pueblo. La gente no sale, se quedan en casa porque tienen miedo . Y no dejan de aparecer casos nuevos. Mi hermano está confinado, mis vecinos también, así que yo me siento un privilegiado», narra José. «Cae la noche y las calles están desiertas». «¡Hoy ni regalándolo lo gastas todo!», escuchamos al alejarnos que le dice un cliente.

Las calles vacías. Carteles que informan de que todos los lunes, de 7 a 12 horas se procede a la desinfección de la vía. «Está mal la cosa», dice un agente de la Guardia Civil de patrulla por el pueblo.

Es mediodía y la carretera que une Grazalema con El Bosque está desierta. En el cruce, un control conjunto de Policía Local y Guardia Civil. Paran a todos los coches al tiempo que les piden un documento que acredite que pueden desplazarse. «Normalmente son trabajadores, que ya se lo saben del anterior confinamiento y vienen con sus documentos preparados para enseñarlos», explican los agentes.

Los controles en las entradas y salidas de los municipios de la Sierra son móviles. El personal es escaso y no es posible controlar todos los accesos a las localidades. Faltan agentes. No obstante, «la cosa está tranquila», dicen. Explican que la gente está mentalizada y que «estos pueblos son pequeños, con mucha gente mayor. Tienen miedo».

En El Bosque el panorama es el mismo. En los pocos bares abiertos, algunas mesas en las terrazas ocupadas por oriundos. «Villamartín, Algodonales, Bornos, todo está muy tranquilo», afirman dos guardias civiles en sendas motos. La Sierra se confina y así estará dos semanas con el objetivo de intentar vencer al coronavirus. Mientras, las miradas de comerciantes y hosteleros apuntan al puente de la Constitución para que la debacle económica no sea total.

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