RELACIONES INTERNACIONALES

EE UU relaja los músculos

Tras frenar el ataque a Siria, la Administración Obama encara un inesperado deshielo con el régimen iraní

MADRID Actualizado: Guardar
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Dos destacados acontecimientos del pasado jueves confirmaron el nuevo rumbo de la Administración Obama a favor de las opciones diplomáticas en detrimento de las militares para hacer frente a los principales frentes abiertos en política exterior. En primer lugar, los países occidentales del Consejo de Seguridad pactaron con Rusia la inmediata aprobación de una resolución que daría fuerza legal y permitiría la aplicación del reciente acuerdo ruso-norteamericano para el desmantelamiento del arsenal químico en Siria. La resolución incluye una mención al uso de la fuerza si el régimen sirio no cumple el compromiso, aunque la interpretación de si esa medida sería automática difiere si la fuente es occidental o rusa.

Poco después se producía un reencuentro que las agencias y medios de información no dudaron en calificar de ‘histórico’. Por primera vez en más de tres décadas, un secretario de Estado de EE UU, John Kerry, se sentaba junto a un ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamad Javad Zarif, en un intento de llegar a un acuerdo sobre el programa nuclear de Teherán. Para confirmar el tono positivo de las conversaciones, Kerry se reunió también por primera vez –hasta ahora solo habían asistido funcionarios de menor rango-- a las negociaciones nucleares que mantienen con el Gobierno iraní los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad (EE UU, Reino Unido, Francia, Rusia y China), Alemania y la Unión Europea.

Las declaraciones a la salida de la reunión no pudieron ser más alentadoras: “constructiva” (Kerry), “extremadamente buena” (William Hague, ministro de Exteriores británico) y un ambiente “muy diferente” (Guido Westerwelle, ministro de Exteriores alemán). Por parte iraní, el nuevo presidente, Hasan Rohaní, parece tener prisa en culminar las negociaciones y en declaraciones a ‘The Washington Post’ aseguró que se puede llegar a un acuerdo en tres meses. Este buen clima era respaldado al día siguiente, viernes, por una conversación telefónica de 15 minutos entre Obama y Rohaní, en lo que constituía el primer contacto directo entre los presidentes de Estados Unidos e Irán desde la revolución islámica de 1979. Se podría decir que, aunque de momento son todo expectativas, parece demasiado bonito para ser verdad.


El fin de las sanciones

Existe la confianza de que el nuevo dirigente iraní confirme el carácter moderado que se le atribuye y que las dificultades económicas por las que atraviesa el país hayan empujado al régimen a buscar el fin de las sanciones internacionales que están asfixiando a su población. Otro signo de este posible giro, lo dio el propio Rohaní al desmarcarse de las declaraciones negacionistas de su antecesor, Mahmud Ahmadineyad, y reconocer la existencia del Holocausto.

Con esta opción diplomática, el presidente Obama corre menos riesgo a corto plazo y probablemente sea la más razonable y realista. Una posible reconciliación EE UU-Irán podía aportar unas oportunidades de estabilidad en Oriente Próximo nada despreciables e impensables hasta ahora. Sin embargo, en el horizonte se vislumbran ya amenazas que pueden pasarle factura. Primero está por ver en qué queda el plan de desarme químico sirio y si al final se revela que solo se trata de una trampa para ganar tiempo en la que EE UU quede burlado y Rusia con un nuevo triunfo en la mano. En el caso iraní, Rohani advirtió que si ellos dan facilidades para investigar sus programas nucleares, Israel debería hacer lo mismo. Un argumento difícil de rebatir, aunque a los israelíes no se les pase por la cabeza ni en sueños tamaña posibilidad. La reunión del 15 de octubre en Ginebra sobre el plan nuclear iraní será la primera ocasión para comprobar si Teherán va en serio. Cualquier fiasco puede ser utilizado en el Congreso por el Tea Party y sus acólitos, embarcados en una desmesurada cruzada sin cuartel contra la política presidencial. Los ‘halcones’ no tardarían en esgrimir la figura de un comandante en jefe dubitativo y blando. Asimilarle al mandato del vilipendiado Jimmy Carter sería una baza letal para los demócratas.