La portada de 'Alehop'. / Foto: RC
LITERATURA

Alehop, o la ley del más fuerte

Fortuny critica a una sociedad donde las reglas desfavorecen al más débil utilizando un tono de fábula amarga, tintes de comedia y retratos propios del callejón del gato

MADRID Actualizado: Guardar
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Comenta José Antonio Fortuny que “Alehop es una novela ácida y surrealista”. Es difícil encontrar hoy en día, entre las novedades editoriales, un texto que acoja un estilo narrativo tradicional con voz omnisciente y tiempo pretérito. Alehop (Editorial Funambulista) está escrita así a propósito según comenta su autor: “Quería darle el tono de fábula o parábola porque me temo que, al igual que los cuentos, lo que explico es una historia que ha ocurrido y se repite entre los seres humanos desde la antigüedad, donde el poderoso siempre se come al más débil”.

La novela cuenta, además, con una madrina de excepción: Rosa Montero. “La conozco desde mi anterior libro ‘(Diálogos con Áxel’) y es una persona a la que admiro como escritora y como ser humano” aclara el autor “Ella siempre se ha mostrado muy entusiasta con todo lo que he escrito. Conocer a personas como ella y a gente que también me ha leído es una de las cosas buenas que me ha dado la vida y la literatura”.

Las situaciones que padecen los protagonistas en la novela, aunque puedan parecer exageradas, nos resultan demasiado familiares: los fenómenos asociados al reality show y el eterno Gran Hermano que tanto sigue atrayendo al amplio público, los inconvenientes padecidos por culpa de una ley de dependencia mal planteada y la rescisión de las ayudas institucionales sin criterio objetivo, la tendencia a pasar la patata caliente de unos organismos a otros y la necesidad asociada de pan y circo de los representantes políticos para apaciguar a una mayoría egoísta.

Fortuny, que conoce el problema de primera mano, confiesa: “necesitaba explicar esta historia porque creo que mucha gente ignora o se niega a conocer este tipo de situaciones”. Desde luego es mas cómodo obviarlas. No para su autor que las sufre en primera persona porque padece una grave enfermedad neuromuscular que progresivamente ha ido paralizando todo su cuerpo. Por tanto, muchas de las referencias de la novela tienen tintes autobiográficos. Aunque aclara: “También me he nutrido de experiencias que me han comentado compañeros y de lo que veo a diario. Voy lento para escribir, debido principalmente a mi debilidad física, y además retoco muchísimo” Jose Antonio ha tardado cinco años en terminar esta historia “Pero poco a poco he conseguido llegar a la meta. De todas maneras, esto es sólo una anécdota; nadie debe de leer el libro por eso, sino que quiero que se me valore por la calidad de la obra y porque lo que he escrito sea interesante o no”.

También hay espacio para temas tan escabrosos como el chantaje profesional con contenido erótico en las empresas de comunicación e incluso las sectas y la estafa que a menudo conlleva su filiación: “En el libro parece que todos los males posibles se conjuran para ir en contra de los protagonistas. Con las sectas lo que quise es introducir el ingrediente de algo que a mí me choca mucho, como son las estafas a la gente más vulnerable. Que existan personas que se dediquen a estafar a ancianos haciéndose pasar por ejemplo por revisores del gas o con otro tipo de argucias a mí me parece brutal” comenta Fortuny.

El final evoca en cierta medida el tópico del ‘Gran Teatro del Mundo’ calderoniano y resulta descorazonador. Habla de una realidad que no podemos cambiar, pero Fortuny conserva la esperanza: “Lo que he escrito lo he hecho quizá con esa ingenuidad y esperanza de tratar de cambiar las cosas. Evidentemente que éste no es el mundo que yo quiero, con el que no estoy conforme, por eso lo denuncio. Si no creyera que se puede cambiar, no escribiría. Escribir es el arma que yo tengo a mi alcance para luchar contra esto, pero para que las cosas cambien hay que saber primero quién es el enemigo, dónde está el mal, y no cerrar los ojos. Mucha gente prefiere pensar que nunca va a envejecer, o que un anciano no tiene que conservar ilusiones... y la realidad es que todos, tarde o temprano, vamos a necesitar ayuda, nos va a tocar. Esto no es malo ni hay que temerlo, porque forma parte de nuestra naturaleza. Y esta ayuda para tener una vida digna hay que exigirla, porque por algo vivimos en sociedad. No tiene ningún sentido vivir en sociedad si las personas más desamparadas no pueden tener una vida digna.

La sensación generalizada entre mis lectores es que han vivido todo tipo de emociones, han reído y maldecido, tal vez como la vida misma, y si es así creo que he conseguido mi objetivo”.