ANÁLISIS

Marruecos, tan lejos, tan cerca

MADRID Actualizado: Guardar
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"Los pequeños contenciosos son la sal de la vida", dijo hace ya mucho tiempo el rey Hassan II a una periodista española para referirse a la cuestión de Ceuta, Melilla y los Peñones.

No parece que la ironía que se gastaba el monarca sea la característica temperamental de su hijo, el rey Mohamed VI, pero en la medida en que la graciosa fórmula era una salida para aparcar el asunto se puede creer que, ahora como entonces, el contencioso territorial al respecto no dominará ni saboteará la relación que el nuevo gobierno español entiende sostener con el reino jerifiano.

Ni siquiera la cuestión del Sáhara perturbará la visita que hace este miércoles a Rabat el presidente Rajoy, quien mantuvo la costumbre de sus antecesores de hacer su primer viaje oficial al exterior a Marruecos y hay muchas y buenas razones para mantenerla, aunque -se dice- haya suscitado diversidad de opiniones en el interior del gabinete.

Dos gobiernos nuevos

La relación bilateral se atiene hasta hoy a un tono oficial estándar -no sucede lo mismo con cierta prensa -con la llegada al poder en Madrid de un gobierno del Partido Popular, el del presidente Aznar, que lanzó la operación militar en el islote de Perejil en 2002 y suscitó una crisis diplomática reparada solo a duras penas. Madrid, por su parte recibe con naturalidad la formación en Rabat de un nuevo gobierno de tonalidad islamista.

La razón es de puro pragmatismo: de un lado y otro se distinguen los desacuerdos (de naturaleza histórica y relacionados con la des- colonización, tanto en el Mediterráneo como en el Sáhara) de los beneficios mutuos de mantener una relación constructiva. Por lo demás, en Marruecos se perderá el tiempo si se quiere ver en la gestión del nuevo ministro de Exteriores, el islamista Saadeddin al-Othmani, algo sustancialmente distinto de lo que hacía su antecesor, Taieb Fassi Fihri.

Y esto a despecho de que el ministerio de Exteriores es uno de los departamentos antes llamados de soberanía, es decir de directo control por el rey y que ahora, con la nueva Constitución, ha dejado de serlo. Por lo demás, Mohamed VI le puso al ministro un Secretario de Estado de su gusto en la persona de Yusef Amrani y, por si no había suficientes mensajes nombró a Fassi-Fihri consejero real, una instancia difícil de comprender en Europa por su condición de instancia paralela solo bajo autoridad regia.

Intereses compartidos

Se dice que el nuevo ministro español, J.M. García-Margallo, veterano eurodiputado, acentuará más la presencia y la acción de España en la UE que en otros escenarios, pero está claro que Marruecos -nos dice un diplomático familiarizado con el dossier -recibirá toda la atención que merece. Tal punto de vista es compartido por la cancillería marroquí, que coordinó de inmediato el contacto con el nuevo gobierno y, así, envió a Amrani a Madrid la semana pasada para los detalles después de que el propio Rajoy hablara por teléfono con el rey el día tres de enero.

Más allá de la costumbre de inaugurar los viajes, la relación bilateral merece sobradamente el gesto por la envergadura del intercambio económico (más de seis mil millones de euros anualmente), el tamaño de la colonia marroquí en España, que sobrepasó las setecientas mil personas en 2009 y ha disminuido algo por la crisis económica, o el número de turistas españoles que visitan anualmente el reino.

La densidad de estos intercambios libera de insistir en la importancia económica o financiera de la relación, pero no debe ocultar que expresa, además, una colaboración estrecha en materia de seguridad y ha alcanzado gran importancia en el esfuerzo anti-terrorista y de cooperación policial transfronteriza.

Un interlocutor insoslayable

Todo lo dicho procede del hecho de que Rabat ve a Francia y España como sus interlocutores centrales en Europa, aunque con ópticas distintas, porque su genuina independencia política se abrió en 1956 solo cuando ambas potencias, muy juiciosamente, abandonaron el régimen de Protectorado – un control político de naturaleza colonial de hecho aunque hubiera un sultán nacional reconocido como tal – reteniendo España bajo su soberanía, sin embargo, las áreas antes mencionadas.

Es seguro, sin embargo, que nadie en Rabat diría hoy en tono risueño que lo del Sáhara es un pequeño contencioso, pero incluso ahí, y hábilmente, lo hace compatible con una relación bilateral que, aunque lastrada por estos desencuentros históricos, ha mejorado mucho y se ha normalizado. Hay pocas dudas de que Madrid mantendrá la línea tradicional de refugiarse sobre el Sáhara bajo el paraguas de la ONU, que tiene a su cargo una misión mediadora por la vía de un referéndum de autodeterminación de aplicación práctica casi imposible de hecho.

Es decir, se defenderá sin reconocerlo la prórroga no oficial del viejo statu quo desde la tesis del "territorio en disputa". Esto puede servir, aunque disgusta mucho a los abundantes defensores del independentismo saharaui en España, y ha ayudado a superar la grave crisis de Perejil en 2002… es decir, cuando el joven rey Mohamed VI ya estaba en el trono….