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Marruecos: legislativas...y mucho más

La jornada se convierte en una prueba de fuego para la nueva Carta magna aprobada en julio

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Los marroquíes votan mañana para elegir un parlamento -más exactamente, la cámara baja, su 'congreso de los diputados'- pero en el aire flota la convicción de que al contrario de lo sucedido otras veces, la jornada conlleva un valor central añadido, aunque tácito: el de saber si la Constitución aprobada el uno de julio sirve.

¿Servir a qué? A satisfacer la muy generalizada aspiración a la democracia representativa, aunque hay que añadir rápidamente que en el país jerifiano, tal aspiración, históricamente sobrevenida tras la epopeya nacional de la descolonización, es percibida de modo muy diferente a la nuestra y sobrevive con pujanza, aunque en retroceso, una visión política autóctona que cuestiona la democracia liberal en cuanto que ajena a la tradición islámica.

Uno de sus teóricos, Abdessalam Yassin, viejo adversario de la corona, fundador de la más poderosa asociación islamista, “Justicia y Beneficencia” (una traducción discutida por eruditos que prefieren “Equidad y Entrega”) ya escribió un folleto a mediados de los noventa muy irónicamente titulado “Diálogo con estos señores, los buenos demócratas”. A sus 83 años y orillado por la dinámica política formal, su visión es aún la de muchos marroquíes, pero nunca sabremos de cuántos porque siempre hay fuerte abstención y… porque hay una opción islamista en liza a la que tal vez bastantes de ellos votarán.

Los islamistas, favoritos y desdramatizados

Los islamistas, en efecto, disponen de un partido que, tras vacilar en el pasado y fusionar tendencias, actitudes y programas, todos salidos de la gran corriente de 'Al Islah' (la reforma) y sus numerosos vástagos, entró sin vacilar en el juego disponible, solo tolerado por Palacio en primera instancia, pero inserto ahora con normalidad en el juego político y electoral. Se llama Partido de la Justicia y el Desarrollo, exactamente igual que su par turco, que ha ganado tres veces seguidas las elecciones y gobierna con éxito.

El líder del PJD, Abdelilah Benkiran, es un acabado producto del complejísimo proceso de creación final de un partido islamista práctico, reformista y bien acomodado en el sistema multipartidista y democrático. Bekiran lo ha conseguido después de meter al islamismo moderado, pero genuino, en el gran crisol que fue el “Movimiento Popular” creado por el prestigioso Abdelkrim al-Jatib, ya fallecido y que, mal que bien, supo digerir la gran operación de entrismo ejecutada magistralmente por los islamistas, que también debieron dejarse muchos pelos en la gatera.

Benkiran, diputado islamo-reformista por Salé desde 1997, pilotó la fase final de entrada en escena del islam político y ganó la secretaría general del PJD en 2007. En su pragmatismo llegó a aceptar autolimitaciones para su seguro éxito en ciertas (y cruciales) elecciones locales hace ya años, un pragmatismo que pareció colaboracionismo a algunos pero que ha dado sus frutos. Tantos que ahora ni siquiera es imposible que él -si es el más votado- pueda formar una mayoría y ser primer ministro. Esto, aunque sea fruto de un proceso lleno de cautelas y sobreentendidos, sería un cambio histórico en el reino.

El referéndum-bis

Si nos hemos detenido un poco en el expediente islamista es porque ahí está la esperada gran novedad, porque el resto de partidos y/o coaliciones, son veteranas, clásicas, y reiteran las conocidas agrupaciones electorales: los independientes (coloquialmente, “los amigos del rey”, de un impreciso centrismo liberal de estricta adhesión a Palacio) están ahí con “Agrupación Nacional de Independientes”, con Salaheddin Mezuar al frente de una “Coalición por la democracia” explícitamente destinada a enfrentarse a los islamistas; la “Kutla”, el tradicional bloque democrático con el Istiqlal, nacionalista conservador, la” Unión Socialista de Fuerzas Populares” y los ex-comunistas del “Partido Progresista Socialista”. El resto es anecdótico.

En estas circunstancias y con el interés adicional del mayor campo de juego creado por la Constitución (con el rey obligado a llamar al ganador a formar el gobierno) la jornada se convierte de hecho en una prueba de fuego para la nueva Carta magna. Sus defensores -como probó en nuestra presencia y brillantemente el miércoles la profesora Amina Messaudi, miembro de la comisión de reforma constitucional- no tienen la menor duda sobre la profundidad del cambio. Ella admite que aún no crea una monarquía parlamentaria estricta “como la española”, añadió, pero sí un gigantesco paso adelante y, en cualquier caso, “ha dejado de ser una Constitución otorgada”.

Toda esta operación constitucional-electoral y la condición de “test” de la elección la convierte en una especie de segundo referéndum, que solo sería ganado si la participación fuera muy elevada, es decir, si se rompiera la tradición de abstención que traduce indiferencia y desconfianza. Hay que decir en seguida que en Marruecos se exige para votar una tarjeta de elector que mucha gente no pide, lo que rebaja fuertemente el censo y da una tasa alta de abstención técnica que la campaña institucional pro-voto tal vez no ha reducido. Por lo demás, solo el “Movimiento 20 de Febrero”, que mantiene sus manifestaciones y su fuerte denuncia del régimen en su conjunto, ha pedido el boicot de la elección que, en cualquier caso, y por mucho que arrasen, como se dice ahora, los islamistas (caso tunecino) se quedarán lejos de la mayoría absoluta porque la ley electoral ampara a los partidos pequeños que, aunque sean parte de un “resto”, obtendrán en muchas casos algún escaño. También como en Túnez, donde al-Nahda arrasó… pero obtuvo 89 escaños de 217.