Dolores O'Riordan, cantante del grupo irlandés, durante el concierto ofrecido esta noche en el Palacio de Vistalegre, en Madrid. / Efe
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Siete años no son nada para The Cranberries

Liderado por la cantante Dolores O'Riordan, el cuarteto irlandés deparó un estupendo ejercicio de pop ante las once mil almas que anoche abarrotaron el madrileño Palacio de Vistalegre

MADRID Actualizado: Guardar
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La incógnita quedó despejada; siete años no son nada para The Cranberries. Liderado por la cantante Dolores O'Riordan, el cuarteto irlandés deparó un estupendo ejercicio de pop ante las once mil almas que anoche abarrotaron el madrileño Palacio de Vistalegre.

Habían transcurrido ocho años desde la última vez que actuaron en la capital y siete desde que se formalizó su separación, así que la duda residía en saber si la destreza del grupo había quedado maltrecha tras ese largo parón artístico.

Nada más lejos de la realidad. La voz de O'Riordan sigue impecable, Noel Hogan rasga su guitarra con la acostumbrada agresividad, el bajo de Mike Hogan continúa punteando a la perfección y Fergal Fowler no ha dejado de poner los puntos sobre las íes con cada golpe de baqueta.

La conclusión, por tanto, es que The Cranberries no han regresado para arrastrar su leyenda por los escenarios, sino para hacer más grande el legado de una banda sin la cual no se puede concebir la música de los noventa.

Puntualidad británica

Como si tuviera prisa por demostrar que siguen en plena forma, The Cranberries comenzaron su actuación incluso antes de tiempo. Tres minutos antes del horario previsto, la enorme lona negra que escondía el escenario fue retirada y el griterío se hizo ensordecedor.

No hubo tan siquiera un saludo inicial de cortesía, y tampoco fue necesario. Bastaron los primeros acordes de Analyse para que el respetable rompiese a entonar una melodía a la que se encargó de poner letra Dolores O'Riordan, que se presentó ataviada con una llamativa chaqueta blanca y una capucha que cubría su cabeza. "Es genial estar de vuelta, y para celebrarlo vamos a dar una vuelta a la historia junto a vosotros", anunció la vocalista antes de estremecer a la audiencia congregada con su interpretación de Animal instinct.

Hiperactiva durante la hora y media de concierto, recorriendo las tablas de un extremo a otro con su alegre y peculiar forma de caminar, O'Riordan no paró quieta ni cuando agarró la guitarra acústica en Ordinary day, a la que siguió la más pausada Dreaming my dreams. Para entonces, la menuda cantante ya se había despojado de la tela que cubría su testa, dejando al descubierto un pelo corto y negro muy distinto de aquel rubio oxigenado que lucía hace tan sólo unos meses.

Vivamente coreada por las gargantas que ocupaban pista y gradas, la balada Linger enlazó con la oscuridad de Wanted y la potente instrumentación de I can't be with you, seguidas de la reivindicativa Free to decide y la sincera emotividad de Ode to my family.

La hora del rock

"¿Estáis listos para el rock?", inquirió la artista en los instantes que precedieron a Salvation, una catarata sonora en la que destacó sobremanera Noel Hogan, poseído como parecía por el espíritu de la composición más contundente de la noche. Tras los suaves y delicados toques de música tradicional irlandesa que caracterizaron el arranque de How, The Cranberries proclamaron una vez más su compromiso pacifista con el celebérrimo himno Zombie.

Un par de minutos en el camerino y el grupo regresó a las tablas para encarar el final de su repertorio, que continuó al ritmo intimista de Shattered y The journey, composición esta última perteneciente al segundo disco en solitario de Dolores O'Riordan, No baggage.

"Volveremos muy pronto", aseguró la intérprete antes de atacar Promises y Dreams, broches definitivos de una actuación que este sábado tendrá un segundo capítulo en el Pabellón Olímpico de Badalona.