Federico García Lorca. :: R. C.
Sociedad

Lorca, un campesino en Manhattan

«El Lorca de 'Poeta en Nueva York' ensombrece al que escribía con la tierra en la yema de los dedos», dice el antólogo Luis García Montero Una antología rastrea el apego y la profunda huella de los parajes rurales de su infancia en toda la obra del poeta

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«Amo la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor a tierra. La tierra, el campo, han hecho grandes cosas en mi vida». El propio Federico García Lorca (1898-1936) se expresaba así en 1934, consagrado ya como un gran poeta y dos años antes de ser asesinado. Ahora la antología 'Poemas de la Vega' (Galaxia Gutenberg) reivindica a ese Lorca campesino y esencial, apegado a la tierra que le inspiró desde su infancia. La vega granadina en la que tuvo su primer «ensueño de lejanías», no lejos de donde vertería su última sangre, y sin el que no se comprende al Lorca vanguardista y urbano de 'Poeta en Nueva York' o al del complejo 'Diván de Tamarit'.

Otro poeta granadino, Luis García Montero, prologa la antología, de la que es responsable junto a Javier Alonso Magaz y Andrea Villarrubia. La impulsó un grupo de profesores de secundaria agrupados en el colectivo 'Vega Educa', y Laura García Lorca, sobrina del poeta y presidenta de la fundación que vela por su legado y su memoria. «Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario no hubiera podido escribir 'Bodas de Sangre'» admitía el propio Lorca en una entrevista con José R. Luna hace ochenta años.

Una profunda vinculación a los paisajes y de su infancia «que se filtra en toda su obra con intensa variedad y con muy profundas ramificaciones», según García Montero. «Al analizar su obra, a menudo se olvida el peso clave que tiene esa realidad campesina; que Lorca, hijo de un labrador rico, estuvo en contacto con el campo ya desde niño», destaca el antólogo de un Lorca «que confesaba que todo lo aprendió de la tierra, que escribía con la tierra en la yema de los dedos». «Sus estudiosos no tienen siempre en cuenta ese apego» fraguado primero en la villa de Asquerosa -hoy Valderrubio-, donde vivía la familia Lorca, y luego en la Huerta de San Vicente.

Siempre que podía, el poeta y dramaturgo buscaba el refugio confortable y amable de la vega granadina en la casa familiar de Asquerosa, «uno de los pueblos más lindos de la vega por lo blanco y la serenidad de sus habitantes». «Cuando yo era niño vivía en un pueblecito muy callado y oloroso de la vega de Granada. Todo lo que en él ocurría y todos sus sentires pasan hoy por mí. [...] En ese pueblo tuve mi primer ensueño de lejanías. En ese pueblo yo seré tierra y flores...», escribió el propio Federico.

De la Huerta de San Vicente evocaba la abundancia de «tantos jazmines en el jardín y tantas 'damas de noche' que por la madrugada nos da a todos en casa un dolor lírico de cabeza, tan maravilloso como sufre el agua detenida». Fue allí donde se familiarizó con la literatura romántica gracias a su abuela Isabel, voraz lectora de Víctor Hugo, Zorrilla, Bécquer y Dumas, según recordó García Montero.

La antología rastrea la totalidad de los textos vinculados a esos parajes «que iluminan la figura y la obra de Lorca». Evidencia lo mucho que su obra debe al campo y a la vega de Granada a través de prosas, poemas, fragmentos de obras teatrales y cartas, además de la espléndida 'Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros', donde el poeta nació el 5 de junio de 1898.

Como afirma García Montero en su prólogo, lo decisivo es indagar en el proceso que convierte la biografía en literatura. «La biografía sirve de fondo de verdad para elaboraciones literarias, y la literatura permite reconocer el significado de la vida». «Esta tensión entre vida y poesía, fundamental en la lírica contemporánea, adquiere en Lorca el peso de los habitantes de la naturaleza», resume.

«El niño campesino de los caballos, las hormigas, el caracol, el sapo, el pájaro muerto, la mariposa; el del veneno o el maleficio de la poesía, quedó acaso ensombrecido por la grandeza cosmopolita de 'Poeta en Nueva York'», apunta García Montero. Explica la obra de Lorca «por la tensión entre la inocencia que representa el campo, sus parajes de infancia, y las corrupciones de la vida». «Comprendemos mucho mejor al poeta urbano, la variedad y riqueza de su mundo, cuando entendemos al Lorca campesino» apunta García Montero. En Nueva York «elaborará la nostalgia, el recuerdo de la vega como paradigma de una vida inocente más cercana al esencia del ser humano frente a la deshumanización de la vida urbana y mercantilizada».