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Aquella otra singular Nochebuena en Escandinavia

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Hace un año, empecé a colaborar en este periódico con un artículo titulado ‘Aquella singular Nochebuena en Cristiania’. Contaba que me había quedado solo la tarde de una gélida Nochebuena en el Colegio Mayor en que me alojaba en Dinamarca, en el año 1977, y acabé cenando en el barrio hippy de la República independiente de Cristiania, en una cena para gente sin hogar. El ambiente de la cena se fue caldeando poco a poco en mi mesa, no sólo por el efecto de los enormes inyectores de calor existentes, sino también, por la súbita bajada de nivel que experimentó la botella de 501 que llevé, y por la que fui tan bien acogido por aquel grupo de hippies que acabaron ‘jincándosela’ rápidamente. Ya en los postres, acabé afinando mi inseparable guitarra con un sorprendente violín, que no era otra cosa que una sierra, y que tocaba extraordinariamente bien uno de los comensales. Allí entonamos una canción tras otra, desde ‘Noche de Paz’ en varios idiomas, hasta el ‘Viva España’ de Manolo Escobar, ante una audiencia entregada y un grupo de perros, fieles compañeros de aquellos okupas, que insólitamente giraban y giraban al son de nuestra música.

Al año siguiente, el escenario cambió totalmente. No porque me tocara la lotería, sino porque mi buen amigo noruego, Jon Askeland—hoy un reconocido hispanista—, me invitó a pasar las navidades con su familia, en una pequeña isla de los fiordos noruegos. El ambiente de aquella cena fue totalmente distinto al del año anterior, muy hogareño, propio de una Navidad escandinava, rodeado de un paisaje de ensueño. El padre de mi amigo Askeland era el pastor protestante de aquella isla, y esa noche, después de la cena, iríamos a la misa que él oficiaba. El Pastor Askeland —persona de cultura extraordinaria y exquisita amabilidad– también tocaba el violín –esta vez, un violín clásico– y como las navidades pasadas, también hicimos un dueto y entonamos las canciones propias de esa noche, eso sí, en una atmósfera totalmente diferente a la del año pasado.

Dos años seguidos, dos cenas distintas en dos ambientes opuestos y tan lejos de mi querida familia. Y, sin embargo, de los dos guardo un recuerdo magnífico: el de haber tenido la oportunidad de conocer Escandinavia, su cultura y sus gentes y, sobre todo, el haber sabido afrontar con optimismo y alegría las situaciones que se me presentaron en aquellos momentos, por muy diferentes y extrañas que fueran. Aprovecho desde aquí para transmitir a todos los jóvenes, que por la situación actual, se encuentren en Nochebuena lejos de sus países y familias, que aprovechen también la experiencia que da el vivir en países con culturas diferentes a la tuya. Feliz Navidad y ojalá guarden tan buenos recuerdos como los míos.