la última

Desarmar a un país

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Algunos atribuyen su autoría a Lord Byron, pero no está claro. La frase se la han atribuido a otros personajes de la historia, «cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro». En el país de mayor igualdad de oportunidades del mundo, donde hasta un hombre afroamaricano puede repetir mandato en su presidencia, de forma recurrente se producen matanzas indiscriminadas. De vez en cuando salen a la luz historias de secuestros perversos dignos de guiones de películas al más puro estilo gore y sacuden las conciencias de una sociedad armada y violenta.

Según datos de agencias internacionales, las probabilidades de morir de forma violenta, si viajas de turista, son el doble si lo haces a Estados Unidos que si programas un viaje exótico a la India. EE UU es el país occidental donde más muertes violentas se producen por disparos de armas de fuego, más de 35.000 al año. Se calcula que existen más de trescientos millones de armas de fuego en manos privadas. La mitad de los hogares disponen de al menos una, y algunos disponen de auténticos arsenales. Cualquier persona, por apenas cien dólares y mostrando solamente su documento de identidad puede adquirir una pistola de considerable calibre. En los últimos veinte años más de sesenta matanzas han jalonado de cadáveres toda la geografía estatal. Con una respuesta insensata, digna de una sociedad demente, las estadísticas refrendan que cada vez que se produce una matanza se disparan la venta de armas.

Con más poder que las organizaciones defensoras de derechos humanos fundamentales, con más autoridad que los partidos políticos y sindicatos y siendo la organización que con más fondos financia las campañas electorales, la Asociación Nacional del Rifle es el lobby por definición. Al amparo de la famosa Segunda Enmienda de la Constitución de 1791, el derecho a poseer un arma se encuentra al mismo nivel que el derecho a la vida y a la libertad, y muy por encima que el derecho a la salud, la educación y una vida digna.

«Bien pudiera haber sido un juguete, de mal gusto, pero al fin y al cabo un simple juguete. De esos que se acumulan en las habitaciones infantiles. Culata de color rosa y el peso justo para ser utilizado por un niño de cinco años. Cañón a la altura de su porte infantil, y el gatillo, adecuado a la suavidad y caricias de unos dedos inocentes. La tragedia surgió cuando el certero disparo, del balín que guardaba en su recámara, dio fe de que se trataba de un arma letal, y el cuerpo de su hermana de dos años cayó sin vida ante el asombro de sus militantes padres».