hoja roja

Tiempo de nostalgia

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Uno de los síntomas más inequívocos de la senectud, –de la vejez, para entendernos– es esa curiosa selección memorística que, seguida de planto, lamento o directamente llorera nos invade cada tres por cuatro y exhibimos sin pudor. ¡Ay! de aquellos carnavales de nudillos en una barra, ¡Ay! de aquellos pasodobles sentidos frente a la Caleta, ¡Ay! de aquellas noches de carpa eterna… No disimule, usted es también de los que dice que el domingo de piñata es el día más triste del año, como si no hubiera días tristes en este año triste, largo, larguísimo en el que estamos hundidos desde hace ¿cuántos, sabría decirme?

De la añoranza, más propia de una sociedad que madura y analiza su pasado, a la nostalgia, hemos cruzado la peligrosa y sutil frontera que separa la realidad y el deseo, sin casi habernos dado cuenta, «cómo a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor», que decía Manrique ya en el siglo XV. Porque ni fueron tan felices aquellos días de vino –malo– y rosas, ni tan desdichados son estos de oficialidad y perfil bajo. Y aunque nunca nos dijeron cómo poner en práctica el precepto aristotélico del justo medio, es justamente lo que debemos hacer, buscar ese punto en el que el vaso no está ni lleno ni vacío, sino dispuesto a recibir lo que venga sin caer en la tentación de recoger lo que caiga fuera, ni en las prisas por rebosar la copa. «Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos» cantaba el poeta a la muerte de su padre, y no es mala advertencia. Llámelo resignación, cobardía o conformismo. Llámelo como quiera, pero no permita que le invada la nostalgia, no consienta que un recuerdo obligatoriamente distorsionado se convierta en la única y válida realidad.

Sabe usted que soy alérgica a la nostalgia, en cualquiera de sus disfraces y que no me gusta mirar atrás, ni siquiera para recordar que hoy cumple catorce carnavales mi hijo el mayor, y que era un lunes de coros en Garaicoechea, después de escuchar a ‘Los Yesterday’ –todavía era posible escuchar a Juancarlos y entenderlo– cuando me puse de parto. Tal vez como antídoto al veneno que va destilando el paso del tiempo, nunca miro hacia atrás. Y puede que funcione, puede que sea el auténtico elixir de la juventud, tener más expectativas en el mañana que en el ayer.

Porque empezamos por decir ingenuamente que cualquier tiempo pasado fue mejor, por decir lo bien que vivíamos antes y terminamos olvidando cuánta vida hemos derramado en el camino hasta llegar adonde estamos y conjurando a esos fantasmas que solo se alimentan de la nostalgia y que se aprovechan de nuestra chochera sentimental.

No caiga en la trampa. No deje que le embargue la nostalgia, no se deje embaucar. No mire atrás, recuerde lo que le pasó a la mujer de Lot, recuerde a Karina –«camina, camina»–, recuerde que no siempre lo malo conocido es mejor que lo bueno por conocer. Y salga a la calle estrenando ilusiones.

Quién sabe si su mejor carnaval empieza esta noche. Y quién sabe dónde estaremos el año que viene para poderlo contar.