opinión

RAS KAMBONI

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El poblacho de Ras Kamboni, tiene dos barrios; uno keniata y otro somalí, separados por etéreas barricadas de desprecio secular tácito y recíproco. Las autoridades militares keniatas que custodiaban la rocambolesca frontera, nos desaconsejaron acceder a Somalia por el paso que ellos controlaban, por temor a que las gentes de Ahlu Sunna Waljama’a, hoy fieles aliados de Al Qaeda, nos extorsionaran. Veníamos de enrolar a unos marineros de las islas Lanun, pequeño archipiélago dedicado al turismo romántico a la moda de Zanzibar y Monbasa, todos de la etnia bajuni, mucho más aptos para los trajines de la mar que los somalíes. Los necesitábamos para la operación de regulación del marisqueo que había acometido la FAO y la Agencia ACNUR de la ONU, dentro de sus infructuosos afanes por luchar contra la miseria supina y la demencia de los refugiados en los campos-hormiguero. Nunca intenté convencer a aquellos pastores de que se pusieran de noche a perseguir langostas con una lámpara, como diógenes fantasmales, corriendo por la barrera coralina intermareal, de ahí que optara por enrolar a los bajunis.

Sabíamos, para colmo de complicaciones, que el río Juba se había desbordado, lo que nos impedía llegar a Kisimaio, donde hubiéramos podido asearnos y descansar con algo de comodidad. Le hice caso a un coronel keniata, tras bebernos varias cervezas con temperatura de consomé, autorizándole a que negociara, en mi nombre y por mi cuenta, con unos piratas tanzanos para que nos transportaran en esquifes al otro lado, hasta el norte de la desembocadura del Juba. Los piratas armados hasta los dientes y los esquifes atestados de cartones de tabaco ‘Benson and Hedges’. Nos taparon con unos encerados y recostados sobre el tabaco y otros alijos de dudosa legalidad comercial, nos adormilamos, como unos perfectos irresponsables, aturdidos por los zumbidos atronadores de los motores fueraborda, hasta que nos despertaron alaridos y disparos. Hablaban un salpimentado de swahili, bajun e italianillo de Jubalandia, mas pese a ello comprendimos que el litigio no nos incumbía. Abrían fuego contra otro esquife somalí de la competencia. Nos daban un trato preferencial, precio bonificado inclusive, pues le dábamos trabajo honesto a sus allegados los bajunis, según manifestaron.

En muchas ocasiones he arrostrado graves riesgos, siempre de forma manifiestamente involuntaria, y me consta por sustanciosa experiencia, que las grandes dosis de peligro no convocan al pánico, sino a una laxa desorientación dicen debida a la saturación de los niveles de adrenalina, que no aconseja huir, ni tan siquiera a refugiarse. Pudiera decirse que se genera un estado de idiotez que bien pudiera confundirse con el heroísmo. Esta sensación de relajo nihilista enajenado, es justamente la que siento en estos momentos, al contemplar condolido la crasa incompetencia de la Nación Española para encarar su destino con tino y cordura, utilizando a la crisis como escudo y refugio.