Un policía afgano controla el acceso de vehículos en la zona del atentado que le costó la vida al expresidente del país Burhanudin Rabani (a la derecha). | AP/ AFP
guerra en afganistán

Mazazo al diálogo en Afganistán

Un suicida hace estallar su turbante-bomba al estrechar la mano a Burhaudín Rabani, el responsable de buscar la paz con los talibanes

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Turbante bomba. El último invento suicida de la insurgencia afgana acabó con la vida del expresidente Burhanudín Rabani y al menos cuatro de sus colaboradores, según fuentes policiales afganas. Como en el funeral del hermano del presidente Hamid Karzai en julio, los talibanes volvieron a usar la misma táctica para llevar a cabo su ataque más importante desde 2001, la acción contra la figura más destacada de la cleptocracia que rige el país desde la invasión estadounidense.

El mítico líder ‘yihadista’ tayiko era el responsable desde hace un año del Consejo Supremo para la Paz –órgano creado para mediar con la insurgencia– y en el momento del ataque se encontraba reunido con dos talibanes en su mansión de Wazir Akbar Jan cuando uno de ellos hizo explotar la carga que llevaba escondida en su turbante en el instante de estrecharle la mano.

Una semana después de que un comando ‘yihadista’ mantuviera un ataque de 20 horas de duración en el centro de Kabul, los insurgentes volvieron a demostrar su capacidad para llegar al corazón del país, penetrar en la supuesta ‘zona verde’ de máxima seguridad y golpear. El presidente Hamid Karzai canceló su viaje a Nueva York y tras condenar los hechos inició el retorno a Afganistán.

Barack Obama, que había mantenido un breve encuentro con su homólogo afgano, también tuvo palabras de rechazo, pero indicó que «no impedirá que EE UU mantenga su apoyo a Afganistán en su transición hacia la libertad», es decir, que pase lo que pase mantienen sus planes de retirada para 2014.

Líder de la formación política Jamiat Islami, Rabani fue el primer presidente del país (1992-1996) no pastún. En los ochenta fue elegido por Estados Unidos y Pakistán como uno de los siete comandantes muyahidines encargados de dirigir la yihad contra la URSS, pero durante todo el conflicto optó por permanecer en la retaguardia de Peshawar y delegar en sus dos grandes comandantes de campo, Ahmed Sha Masoud e Ismael Jan. Experto en sharia (ley islámica) y con fama de islamista moderado, fue la cabeza visible de la Alianza del Norte que más adelante se convertiría en el brazo ejecutor del Ejército americano sobre el terreno para expulsar a los talibanes del poder. Pese a sus críticas a Karzai, el presidente el colocó al frente del Consejo con la esperanza de que su pasado ‘yihadista’ le sirviera para contactar con los antiguos comandantes que no reconocen la autoridad de Kabul, pero no ha podido terminar su trabajo. La elección fue controvertida ya que pocos confiaban en que los auténticos talibanes –de etnia pastún, la mayoritaria en el país– aceptaran negociar con un tayiko al que siempre han visto de la mano de Estados Unidos. Como herencia de su paso por el Consejo deja varios ataques a las fuerzas extranjeras a las que acusó en varias ocasiones de estar detrás de la inestabilidad en el país.

El equipo de 68 personas que conforma este Consejo (entre comandantes de la ‘yihad’, jefes tribales, representantes del Gobierno y exaltos funcionarios del régimen talibán) tenía dos grandes objetivos que con la desaparición de Rabani paracen esfumarse. El primero es puramente económico y consiste en lograr la reintegración de miles de insurgentes a través del pago de sueldos mensuales a cambio de que abandonen la lucha. La previsión de los responsables de seguridad del país elevaba hace un año a 36.000 el número de militantes que podrían dejar las armas en el plazo de un año si el plan sale adelante.