Silvio Berlusconi, su peculiar presidente, al piano. El Coliseo romano es un ejemplo de que Italia es un museo, el templo de la moda y de la pizza. :: ALBERTO PIZZOLI/AFP
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El país que se ríe de la vida

Los italianos no se preocupan mucho de desmentir los prejuicios sobre ellos, pues la mayoría son ciertos, pero a diferenia de otras nacionalidades engreídas, aquí son muy conscientes de sus defectos

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Quizá no hay país con más tópicos acumulados que Italia. Podrían empaquetarlos y venderlos como souvenirs, y no sería raro que cualquier día consigan hacerlo, pues son grandes inventores y comerciantes, dos de los muchos estereotipos ciertos sobre ellos. El italiano que se suele imaginar es, en realidad, una caricatura del napolitano, que se tiene por la esencia de lo italiano. Es decir, es bajito, moreno y con bigote, come pizza, es pícaro, romántico, canta y gesticula. Sin embargo, por citar un ejemplo, es sorprendente la cantidad de sicilianos con ojos azules, porque la isla fue vikinga durante casi dos siglos. Por lo demás, los propios italianos tienen sus estereotipos internos: los genoveses son tacaños; los sardos, testarudos; el piamontés, falso y cortés; los milaneses, trabajadores y arrogantes; los toscanos tienen un carácter de mil demonios y dicen muchos tacos y los venecianos no saben conducir, por razones obvias.

En el estereotipo extendido tiene una gran responsabilidad el cine de Hollywood, que en realidad ha deformado la imagen del inmigrante italo-americano, que no tiene mucho que ver y procedía masivamente del sur, o directamente la de los mafiosos de Chicago. En grandes rasgos, según este patrón, son graciosos, ignorantes, malhablados, violentos y con trajes extravagantes. El sentido peyorativo ha alcanzado su cumbre con el reality-show 'Jersey shore', que ha juntado a jóvenes ceporros italo-americanos, monumentos a la zafiedad y la horterada, con audiencias espectaculares. En la tercera temporada los han plantado en Florencia, como un retorno a los orígenes, pero allí son como marcianos. La National Italian American Foundation (NIAF), mosqueada, encargó un sondeo que confirmó que los jóvenes estadounidenses piensan que los italianos son como en estas series. 'Los Soprano', de hecho, en Italia no ha tenido ningún éxito. La Mafia fascina a todo el mundo menos a los italianos, que tienen que vivir con ella. Porque ése es un tópico cierto: vaya que si existe la Mafia, pero es una condena.

De Italia se suele pensar lo mejor posible, uno de los países más bellos del mundo y donde mejor se come -ellos lo llaman sin rodeos 'il Belpaese'-, pero sobre los italianos no predomina la mejor de las opiniones. A menudo se les tilda de marrulleros, tramposos, oportunistas, chaqueteros, poco de fiar, vagos, informales, obsesionados con la imagen, machistas, ligones, celosos... Aunque se les reconoce un toque genial y encantador en todo ello, con una humanidad desbordante. Se puede pensar que algunos de estos rasgos son injustos o rechazados de plano por los italianos, pero uno de tantos aspectos sorprendentes de este pueblo es la total conciencia de sus defectos. En eso son de una lucidez visceral y no se hacen ilusiones. En fin, lo anterior puede ser lo que piensa un italiano de los demás italianos, y de un extranjero quizá opine que es más bueno, pero siempre será más tonto.

Del mismo modo que la picaresca española del siglo de oro, solo Italia ha construido una cinematografía magistral sobre la autocrítica feroz de sus vicios. «Es un pueblo de cínicos, de individualistas extremos, indiferentes al bien público, oportunistas propensos al clientelismo, falsos si no totalmente mentirosos», dice Silvana Patriarca, profesora de historia en la universidad Fordham de New York, en su reciente libro 'Italianidad. La construcción del carácter nacional'. A diferencia de lo que ocurre con otros países con el ego muy subido, incluido España, es normal que un italiano hable mal de sus compatriotas, así en general, y nada bien de su país. Porque solo creen en los que conocen, y a veces ni eso. «Estamos en Italia» es una frase usada como explicación cuando algo no funciona o es una chapuza. Obviamente, pueden enfadarse si es un extranjero el que se lo dice, porque el orgullo les sale pocas veces pero de repente. Además se habla mucho menos de sus estereotipos positivos, que no son menos ciertos: son guapos, simpáticos, alegres, imaginativos, optimistas, elegantes, refinados, caballerosos, conciliadores, aman la vida, de media son bastante cultos, tienen el don de la ligereza y, por encima de todo, divertidos. Y tampoco lo andan diciendo. Tienen tal complejo -«Siempre nos hacemos reconocer», es otra frase nacional- que al final resultan humildes y admiran a todos los demás.

Pizza y mandolina

Pese a parecer un país luminoso, «todo pizza y mandolina» dicen ellos, en realidad es endiabladamente oscuro y complejo. Quizá por el afán de entenderlo ha contado siempre con censores implacables. Por ejemplo, son famosos los aforismos del escritor Ennio Flaianno, guionista de Fellini y otros maestros, que ya son verdades adquiridas: «El italiano siempre acude en auxilio del vencedor»; «En Italia la línea más breve entre dos puntos es el arabesco»; «Para los italianos el infierno es ese lugar donde se está con mujeres desnudas y con los diablos uno se pone de acuerdo»; «La situación es grave, pero no seria». O frases lapidarias de Indro Montanelli: «El burdel es la única institución italiana donde se reconocen el mérito y la competencia»; «Italia es como la serpiente, cambia de piel, pero solo eso».

Se ha escrito mucho de la alarmante ausencia de virtudes cívicas, como la seriedad, la vergüenza, el respeto de la ley o de la palabra dada y el interés general. Se suele atribuir, y tal vez es otro tópico, a que Italia es un estado reciente -acaba de cumplir 150 años-, que se componía de pequeños estados y a que el italiano ha vivido siempre bajo dominación extranjera, lo que ha creado una total falta de identificación con las instituciones, que solo se ven como enemigo o botín. En 1824, el poeta Giacomo Leopardi ya exponía descarnadamente el carácter de sus compatriotas en su 'Discurso sobre el estado presente de las costumbres de los italianos', muy actual. Opinaba que, al contrario que otras naciones, en Italia no se ha formado una sociedad fuerte, que cultive el honor y el temor a la opinión de los demás. Así que cada uno hace lo que le da la gana, algo que les convierte en filósofos andantes. Les daría «un íntimo sentimiento de la vanidad de la vida». «De ahí nace una indiferencia profunda hacía sí mismos y hacia los demás, un continuo cinismo de ánimo, de palabras y de acciones (...) Los italianos se ríen de la vida con más verdad y persuasión íntima de desprecio y frialdad que ninguna otra nación». En Italia no existe la verdad, sino varias versiones.

Pero quizá la paradoja mayor es que, pese a parecer tan claro cómo es un italiano, no lo es tanto qué es ser italiano. Con el 150 aniversarios ha vuelto a debatirse el tema. «Por desgracia hemos hecho Italia, pero no los italianos», se lamentó entonces el político Massimo d'Azeglio. Descreídos como son, nunca les ha dado por el nacionalismo, pero el romano se siente romano, el veneciano solo veneciano, y en este plan. Luego, italiano, pero sin tirar cohetes, salvo con la selección. El fútbol es uno de los pocos momentos de unión nacional, junto a los momentos de emergencia, cuando dan lo mejor de sí mismos. La propia lengua italiana empezó a imponerse en los años cincuenta, gracias a la televisión, pero en la posguerra la hablaba menos de la mitad de la población. «El italiano es una lengua hablada por los dobladores», decía Flaiano. Pero, ¿y ellos, cómo se ven a sí mismos? En un reciente sondeo sobre cuáles son los rasgos que mejor definen a un italiano, los primeros fueron el apego a la familia, el patrimonio artístico y 'el arte de arreglárselas', un talento fantasioso para sobrevivir y salir airoso de cualquier embrollo. Una forma de sabiduría. ¡Viva Italia!