José Antonio Zarzana, abrazado por su padre. :: LA VOZ
Jerez

José Antonio Zarzana desgrana las vísperas de la Pasión de Jerez

José Antonio Zarzana glosó la Semana Santa de Jerez con un pregón brillante y rotundo, que mezcló con éxito la prosa y la poesía

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Amaneció luminosa Jerez, radiante, presagiando un pregón vibrante. Se despertó la mañana jerezana coqueta, quizá risueña, cuando supo que uno de sus hijos iba a cantar a la Semana Santa de Jerez. Era una presagio, un signo evidente de que una enamorado de la Amargura iba a pregonar la Semana Mayor jerezana. Toda una garantía, un especie de amuleto que tiene la pregonería jerezana blindado, guardado a fuego en el cajón de las emociones. Qué tendrá la Amagura, que todo lo compone en romance, que todo lo que toca lo dulcifica... Qué tendrán los ojos de la Amargura para haber obrado una vez más el milagro...

Comenzó el pregón puntual, con el patio de butacas a reventar pese al partido de fútbol, pese a las reivindicaciones por las nóminas... Comenzó puntual, y con la banda al buen nivel al que últimamente nos tiene acostumbrados. Con la presencia de la alcaldesa de la ciudad, del obispo de la diócesis y del Consejo Local de hermandades y cofradías en pleno. Y con un pequeño apagón de la luz que sirvió para que padre e hijo compartieran las primeras confidencias antes de la deliciosa presentación del pregonero. José Luis Zarzana fue directo, conciso... Una flecha en el corazón del pregonero, al que recibió con las mismas palabras con las que comenzó su pregón, eterno pregón que pese a sus treinta primaveras aún resuena en los rincones del alma. “Jerez espera tus palabras. Adelante, hijo mío...”. Y fundidos en un abrazo, Jerez se rindió a este caballero de la poesía con una atronadora ovación que su propio hijo aplaudió.

Planteó José Antonio Zarzana el pregón como un cuento, convirtiendo Jerez en una ciudad encantada, donde los elementos se confabulan para llenar de aromas, colores y sonidos las calles jerezanas ante la próxima Semana Santa, que llegó, imposible que fuera de otra manera, de la mano de la Virgen de la Estrella. “Señores, llegó la hora / de que la sangre de altere. / Porque Dios así lo quiere, / la primavera ha venido y la Estrella la ha traído. / ¡Que todo el mundo se entere!”. Bien hablado, bien contado, elegante en las formas y en tono. Pregonando, hablando con el públido, empatizando con él. Simpático a veces, conociendo el texto.

Un pregón desde el principio trabajado y culto, profundamente culto. Evitando las rimas fáciles, los quites sin riesgo y populares. Sin miedo a aburrir, porque el ritmo era infatigable, defendió el catolicismo frente al protestantismo de Martín Lutero, al que dedicó unos versos que enamoraron al Teatro Villamarta, defendiendo a María. No hay nada más románticamente español que defender a la Virgen María, llegó a decir el pregonero. Sonrisa incluso del prelado de la ciudad por la ingeniosa idea del pregonero, que comenzó en ese momento a hacerse con el público del Villamarta, que rió y aplaudió hasta que el pregonero dijo basta. Primeros olés, primeros murmullos... Primeras miradas cómplices... Hay pregonero. Claro que hay pregonero.