Uan europarlamentaria vota con su hijo en brazos. / Vincent Kessler. / Reuters
vida en familia

La familia evoluciona

El cambio de rol de la mujer en la sociedad y la convivencia en pareja como fuente de felicidad y no como una obligación provocan cambios en las vivencias de la unión familiar

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Resulta evidente que la estructura tradicional de la familia está en plena transformación. Antes, lo común era que la pareja se conociera recién terminada la adolescencia e iniciara una relación de noviazgo en la que se entremezclaban sentimientos de enamoramiento, amor y proyecto inducido por el objetivo que se convertía en común: casarse y formar una familia. Tener un trabajo y una familia eran fines universales.

Existen, fundamentalmente, dos elementos que han provocado que la familia sea vivida de forma distinta. Primero, el cambio de rol de la mujer en la sociedad. Segundo, la introducción de la posibilidad de vivir el matrimonio y la convivencia en pareja como una fuente de felicidad y no como una obligación incuestionable. La posibilidad de planificar la maternidad ha sido un elemento clave en el cambio habido en la cotidianidad de la mujer. La desvinculación de la relación sexual con el posible embarazo permitió planificar su vida de manera diferente. Ello, aunque fuera de manera indirecta, le abrió las puertas a un mundo laboral distinto al anterior y, como consecuencia, la posibilidad de efectuar estudios universitarios o de aspirar a objetivos laborales más ambiciosos de los que tradicionalmente eran los que la sociedad les tenía predestinados.

En 1971 me licencié en medicina para efectuar después la especialidad de psiquiatría, y en mi promoción no había más de un 15% de mujeres. En 1997 se licenció mi hija. En su promoción cerca del 80% eran mujeres. En un cuarto de siglo la carrera de medicina había visto un cambio espectacular en el género de practicantes. Lo mismo ha sucedido, en grados distintos, en todas las carreras. Las mujeres han accedido a la universidad en número similar o superior al de los varones. La vida de un universitario alarga la edad que le permite emanciparse; si a ello le añadimos que las carreras tienen prolongaciones necesarias para acceder a los trabajos a los que se aspira –posgrados, masters, doctorados, oposiciones, etc.– nos encontramos con universitarios, hombres y mujeres, que acceden a la posibilidad de emanciparse a edades cercanas a los treinta años.

Fuera del ámbito universitario ocurre algo parecido y, aún más en la situación actual de grave crisis económica. Una tasa de paro juvenil cercana al 40%, la parquedad de muchos sueldos, unido al elevado precio de la vivienda, nos conduce a emancipaciones a edades mucho más tardías que hace unas décadas. No es extraño pues que sean pocas las parejas que se planteen la paternidad antes de los treinta años entre la población autóctona del país. Las expectativas de vida en pareja Legítimamente se aspira a ser feliz conviviendo con la persona escogida. A menudo más feliz de lo que es posible ser.

El amor, la compañía, la complicidad, el entendimiento sistemático pueden resultar fáciles de encontrar cuando surge el enamoramiento. Esta etapa del encuentro entre dos personas en las que lo pasional y emocional son protagonistas preferentes, a veces únicos, que condicionan el inicio de una relación, son motores de la misma y permiten una experiencia de felicidad basada fundamentalmente en lo gratificante que resulta el encuentro. Este estadio no es permanente en toda relación; del enamoramiento, en el mejor de los casos, se pasa al amor, un estadio en el que la racionalidad irrumpe para descubrir que «no todo es tan gratificante». El enamorado «no ve» defecto alguno en el otro; desde el amor, en cambio, se ama a pesar de los defectos o inconvenientes que se aprecian en el otro e incluso es posible amarlos.

Muchas crisis de parejas que acaban en ruptura se producen por la incapacidad de uno de los componentes, o de los dos, para adaptarse a la nueva situación que supone ver que se desvanecen algunas de las emociones extremadamente emocionantes del estado de enamoramiento. Del conformismo moral obligado de generaciones anteriores que no se planteaban, ni en situaciones en las que hubiera sido razonable y lógico hacerlo, una posible ruptura, se ha pasado a parejas que han disminuido considerablemente la solidez de su relación en la medida que esperan de ella un estímulo entusiasta que no siempre se encuentra o que requiere algún esfuerzo encontrarlo.

Se dedica toda la capacidad de sacrificio, de tenacidad y de esfuerzo a la vida laboral, mientras se espera una felicidad y un bienestar emocional en la pareja de forma gratuita. De ahí surge la fragilidad de la pareja, el numero considerable de rupturas y, como consecuencia de ello, familias monoparentales, familias con hijos de parejas anteriores por parte de uno o de los dos componentes de la pareja y diversidad de edades y de experiencias previas en un numero considerable de parejas. Sucede que deberíamos dedicar algo de tiempo a la educación emocional para conseguir una mayor madurez en lo referente a los sentimientos. Se evitarían sufrimientos inútiles, lo que no quiere decir que deban evitarse las rupturas en las relaciones inviables que resultan agresivas y sistemáticamente frustrantes para uno o los dos componentes de la pareja. Mientras hay parejas que se separan sin una causa razonable y acaban por tolerar a otro u otra lo que no habían tolerado antes. Aún ahora, hay quien aguanta lo inaguantable, a veces por falta de capacidad para decidirse, a veces, tristemente, por falta de recursos.