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Compasión y solidaridad

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Es normal que los periodistas, que saben que las malas noticias son las que más «venden», nos detallen minuciosamente esos episodios que producen sufrimientos a sus protagonistas. Aristóteles nos explica que los relatos de hechos dolorosos generan en los lectores un morbo que tiene que ver, por un lado, con la alegría que experimenta quien se ha librado de ellos y, por otro, con la simpatía y la compasión que inspiran las víctimas. Estas dos palabras, que proceden respectivamente del griego y del latín, son en sus orígenes sinónimas, y expresan ese sentimiento polivalente que produce el conocimiento de un hecho doloroso. Ahí reside el fondo del interés masivo que despiertan las películas que narran catástrofes originadas por causas naturales o por la perversa acción de los seres humanos.

Hemos de ser conscientes, sin embargo, de que la compasión no genera automáticamente la solidaridad. Para que nuestra sociedad autocomplaciente, hipócrita y despiadada con sus pobres, sea solidaria es necesario que, además, tome conciencia de que, oculto en algún recoveco del difuso futuro, nos aguarda un huracán, una tempestad o un iceberg contra el que colisionaremos y que hará que nos hundamos, como ocurrió en el 'Titanic', al son de un espectacular acompañamiento musical.

Las imágenes terroríficas que contemplamos desde la distancia, a veces, con fruición evidencian la disminución creciente de nuestra sensibilidad solidaria debido a la debilitación de la conciencia de nuestra propia fragilidad. Instalados en un blando confort, no advertimos que un fenómeno atmosférico, un eventual cambio político o, sin ir más lejos, una crisis económica como la que estamos sufriendo, pueden dar al traste con todas nuestras inconsistentes seguridades.

No se trata de alentar los temores, sino de aumentar la conciencia psicológica de nuestra fragilidad y de estimular la conciencia ética de la necesidad de solidaridad. Nosotros, las personas más mimadas, consentidas y seguras de toda la historia de la humanidad, también estamos expuestos a ser tragados por el mar a causa de un tsunami atmosférico, de una tormenta económica o de un huracán social. Mientras que nos creamos seguros, sin advertir que podemos ser desplazados de la sociedad o perder nuestro trabajo, de poco servirán esos sentimientos de compasión ante quienes han sido despedidos un rato antes.