Opinion

Sin prejuicios

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V ic es mucho más que Vic. Entenderlo supone desembarazarse de clichés, desvestirse de estereotipos y tabúes, no gesticular ni mesarse los cabellos y, sobre todo, no hacer, como hasta ahora viene haciendo el Gobierno, el papel del avestruz políticamente correcto. Desde luego, no es una anécdota. Es un problema político de primera magnitud, que tiene un potencial de deflagración muy serio. En síntesis, lo que ha sucedido es que Vic, un municipio de poco menos de 40.000 habitantes, ha experimentado un flujo migratorio muy intenso que ha llevado la población inmigrante a una tasa del 23% en menos de diez años, desde el 5% que registraba en 2.000. El paro en Vic es muy alto, en el entorno del 20%. El 43% de esos parados son extranjeros de muy baja cualificación. Muchos de ellos, sin cobertura social. El cuadro es fácil de imaginar. El aluvión migratorio ha colapsado la capacidad de los servicios sociales del municipio y su intensidad y rapidez ha impedido que fructificaran las políticas de integración. Por eso, ya desde 2003, la plataforma xenófoba de Josep Anglada (Plataforma per Catalunya) entró en el Ayuntamiento de Vic y en 2007 se convirtió en la segunda fuerza municipal.

Pero ahora, con la crisis, el problema ha cambiado de escala. Ya no se trata de una competencia entre la población autóctona y la inmigrante por los recursos marginales del Estado de Bienestar que administran los municipios y la comunidad (los libros, las becas de comedor, los campamentos.), sino de una lucha descarnada por el núcleo mismo de ese bienestar: el trabajo escaso, la vivienda protegida, la Sanidad saturada, la escuela masificada.

Añádase a este cuadro lo fácil que resulta alimentar un síndrome de inseguridad cuando hay más de 1.500 inmigrantes en paro en una población de ese tamaño y entenderemos la magnitud del problema que ha llevado al Ayuntamiento de Vic -muy a su pesar, con seguridad- a las primeras páginas de la prensa nacional.

Es muy fácil demonizar a esos regidores. Y los argumentos humanitarios que se oponen a la medida adoptada son desde luego mucho más atractivos y amables que los contrarios. Pero, para poner las cosas en su sitio, si alguien no está legitimado para criticar es justamente el Gobierno. Un Gobierno responsable de que en 2008, según acredita el padrón, y ya con la crisis encima, la población extranjera creciera en más de 330.000 personas.