DIDYME

Renovación y audacia

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La asidua tentación de atribuirle al pragmatismo virtuosos dones que capacitan a esa tendencia para arrostrar con éxito el desafío inherente a cualquier acto humano, más que un simplismo categórico, resulta ser un despilfarro. Consistiendo ese yerro en la negación sistemática de las virtudes del teorismo, necio sería considerar que la creación humana, en su conjunto, resulta ser fruto de una actuación desasistida por la doctrina. No existe práctica sin teoría como no existe estética sin ética, como decía Georg Lukács. Esta propensión a valorar a la praxis como virtud y a la teórica como defecto, es fruto de la impaciencia, pudiendo aseverarse que forma parte de la dinámica existencial de los hispanos, América incluida. Y esa impaciencia, que dimana de la clara insolvencia intelectual de una cierta épica bárbara, está cimentada sobre el pavor al sacrificio, al esfuerzo, a la investigación. Al abnegado estudio.

Es más sencillo copiar, reproducir, plagiar, convirtiéndose esa acumulación de emulaciones en un edificio cimentado sobre un cenagal, pues no suele hacerse, ni tan siquiera eso, el menor esfuerzo de investigación para seleccionar un sólido paradigma digno de ser emulado. Es más rápido, más barato; se asumen menos riesgos -argumentos todos de escasa enjundia- sobre todo, por negarle al ser humano su mágica capacidad de crear, de asumir los riesgos creativos de la innovación. Esta persecución del éxito material a lomos de la dinámica del modernísimo, actualísimo, copia y pega, ha convertido a la sociedad española, a la Nación, en un colectivo rudimentario y atrasado, falto de formación, endeble, intoxicado por el sentido de la utilidad, cuyo endémico materialismo mercantilista, le hurta el valor inmenso a lo que no tiene precio: la educación y la cultura.

La pérdida de los valores esenciales, éticos, -los que configuran la ontología multidimensional del ser humano- de las sociedades contemporáneas, se deben a un lacerante estado de ansiedad infligido por el «no tener» -una evidencia-, y por «el no ser» -una intuición castrante-. La huída hacia adelante, iniciada con los desarrollismos de hace treinta años, en pos de los éxitos palpables, sociales, notorios, cuantificables, envidiables, han ido creando en la sociedad española un estado de indefensión ética, una demencia que tiene respuesta trivial para todo: para la violencia, para la corrupción, para el absentismo, para el sectarismo cainita, para la banalización, para el relativismo, siendo la lista de desviaciones extensa, buscando alivio en la condena fatalista del complejo de pobre, sin caer en la cuenta que de este estado de cosas se sale, con buen pié, acometiendo una renovación esencial y esencialista con audacia. Con colectivo arrojo.