Opinion

Lo que la pobreza enseña

La recuperación económica es sólo un concepto de ricos afortunados que no saben ni sabrán lo que es un terremoto

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No consigo apartar de la memoria las imágenes que vi ayer de madrugada en Twitter, nada más producirse el terremoto de Haití. De repente, viendo las casas derruidas, los cuerpos en las calles, manos que salían de los escombros pidiendo auxilio, reparé en que no hay mayor desgracia que la pobreza. Ambas caminan siempre juntas. Nuestros problemas no son nada al lado de lo ocurrido en uno de los países más pobres de la Tierra. ¿Qué más les puede pasar? ¿Cuánto vale la vida allí? No alcanzo a encontrar una explicación.

Hace unos días vi con mucho interés la última película de los hermanos Coen. 'Un tipo serio' es la historia de un hombre justo y bueno al que el cielo sólo le envía sufrimientos. El tipo no sabe por qué siendo así se le castiga de manera tan atroz. Entonces, reflexiona: ¿cómo es posible que Dios me haya dado las preguntas pero no las respuestas? En eso pienso hoy jueves, un día en el que aún no sabemos cuántos muertos hay, cuántos enterrados en los escombros. Sin respuestas quizá no urja la necesidad de hacerse las preguntas, sobre todo porque las preguntas sin respuestas conducen inexorablemente a la desesperación.

Siento vergüenza de pensar en Haití y al tiempo en mis problemas. Ocurre que la palabra crisis no significa nada para millones de seres que nacieron en crisis. La recuperación económica es sólo un concepto de ricos afortunados que no saben ni sabrán lo que es un terremoto; ni perder un hijo, encontrar a tu padre debajo de la tierra o estar dentro del capítulo de los desaparecidos que nunca darán señal alguna. Quevedo, un escritor que no envejece, intentó reírse de la pobreza y le salieron versos llenos de odio y rabia: '¿Quién procura que se aleje del suelo la gloria vana? ¿Quién siendo toda cristiana, tiene la cara de hereje? ¿Quién hace que al hombre aqueje el desprecio y la tristeza? La pobreza'.

No, no es fácil interrogarse sobre el destino al que están condenados tantos seres humanos. No hace falta ser creyente para preguntar por el motor disparatado que mueve al mundo. No hay que invocar a ningún dios para encontrar una explicación que no existe. No busquemos la lógica, sucede lo que sucede. No hay ninguna razón que pueda tranquilizar la conciencia de aquéllos que hemos nacido en una tierra en la que nunca se le tuercen a Dios los renglones.

No puedo olvidar las imágenes de Haití: los ojos que he visto, los cuerpos desnudos llenos de polvo gris, las casas derruidas, las manos que salen de la tierra y claman justicia y vida. Lo he visto desde mi ordenador, junto a un grupo de amigos periodistas asombrados todos de estar vivos. Ellos, los que quedan. Y nosotros. Todos.