Opinion

Escándalo desestabilizador

El deplorable embrollo del ministro principal y su mujer enreda la autonomía de Ulster

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La decisión del ministro principal de Ulster, Peter Robinson, de ceder durante seis semanas el cargo que ostenta para así distanciar al Gobierno autónomo de la investigación que se sigue sobre el presunto cohecho cometido por su mujer -al favorecer las opciones de un joven, con el que al parecer mantenía relaciones, para regentar con ayudas públicas una cafetería- no resuelve, sino que enreda aún más, el deplorable embrollo en el que la pareja ha metido la estabilidad política de Irlanda del Norte; precisamente cuando se negociaba la asunción de competencias en materia de Policía y Justicia. El proceder de Iris Robinson habría pertenecido a un ámbito privado si no estuviera ligado con la ilícita utilización de prerrogativas institucionales en su condición de concejala y parlamentaria, y si éstas no fuesen difíciles de separar de la prominente posición que ocupaba su marido. La melodramática comparecencia en la que Peter Robinson confirmó las noticias sobre el vínculo que su mujer mantenía con el joven de 19 años Kirk McCambley en nada ayudó a salvar su crédito al frente de la provincia autónoma. Llegados a este punto, es imposible que ni la ciudadanía norirlandesa ni la opinión pública internacional sean capaces de distinguir nítidamente hasta dónde llega el morbo de la historia, y en qué momento afecta al ámbito en el que han de depurarse, pero también preservarse, las responsabilidades políticas. A la espera de que se formalicen las imputaciones contra Iris Robinson, está claro que tanto ella como el ministro principal de Ulster han dado muestras de una torpeza que no merece confianza política alguna. En la dividida realidad norirlandesa, y en el transcurso de pocas semanas, dos escándalos han afectado a los más importantes líderes de las dos formaciones que tienen en sus manos la autonomía: el estremecedor relato de los abusos en el seno de la familia de Gerry Adams y la aventura protagonizada por la señora Robinson mientras repudiaba públicamente y perseguía políticamente la libertad con la que sus conciudadanos realizaban su particular opción sexual. Puede ser una mera coincidencia. Pero también puede reflejar síntomas de una dualidad patológica entre el puritanismo y la trasgresión oculta e incluso la aberración. Lo que parece claro es que se ha convertido en moneda de cambio y especulación en un entorno político de por sí inestable.