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Un belén de familia

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Los nuevos parentescos plantean retos difíciles a la hora de organizar la Navidad. A María Salcedo no le ha sido fácil encajar las piezas del rompecabezas de la cena de Nochebuena. Debe reunir a su hija María, su esposo Iker y sus niños. Su hijo Luis vendrá con su pequeña Marta y su nueva esposa Alba, a quien acompañarán Jacobo y Jorge, hijos de su anterior matrimonio, y Toni, un bebé de 15 días nacido de la unión de ambos. Su hermana Adela, que acaba de divorciarse, llegará con Germán, con quien tiene una relación desde hace tres meses. El año pasado no estuvieron Alba, Jacobo, Jorge ni Germán y ella piensa si ha de invitar al menos a una copa de cava a los ex de su hijo y su hermana, a quienes profesa un cariño sincero. Pero todo eso es un problema menor: en febrero, María y su esposo rompieron un matrimonio de 35 años y ahora quiere que también se siente a la mesa Ian, su novio, un irlandés que desde que enviudó no se separa de su hija adolescente. Noche de paz, noche de amor.

¿Una exageración? Para nada. En uno de cada diez matrimonios que se celebran hoy en España alguno de los contrayentes ha vivido una ruptura. A ello hay que sumar a los divorciados que se emparejan sin pasar por el Juzgado –es su opción preferida a la hora de recomponer su vida–, de manera que, según algunas estimaciones, en cerca de un millón de hogares uno de sus miembros tiene una familia ‘anterior’ a la que con frecuencia sigue vinculado a través de los hijos. Por eso, la organización de una cena de Nochebuena tiene un punto creciente de complicación:es preciso negociar a varias bandas fechas y presencias conciliando intereses diversos, hay que sentar a una misma mesa a parientes de siempre con otros que acaban de incorporarse al grupo familiar, y de un año para otro, a consecuencia de una separación, pueden faltar ese cuñado simpático que alegraba las reuniones con sus chistes e imitaciones o el sobrino que atravesaba una adolescencia difícil. La nueva realidad de la familia se hace más visible que nunca en Navidad.

A quién invitar

Lo primero, los afectos

El primer problema es a quién se invita, dónde se ponen los límites en esa maraña de relaciones de ayer y de hoy, de manera que se hagan visibles los nuevos lazos afectivos sin olvidar que hubo una etapa anterior a la que no se puede ni se debe renunciar. «Antes primaba la convención, ahora priman los afectos», explica Pedro Tomé, profesor de Antropología Comparada e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Por eso, cada vez importa menos el lazo familiar ‘legal’ y se tienen más en cuenta factores como «el cuidado de unas personas por otras y la responsabilidad, es decir, la conveniencia de que mis hijos estén con estos o aquellos» en la cena. Son problemas nuevos porque hay que negociar con la familia actual y con la anterior, pero antes sucedía algo similar. «La elevada mortalidad generaba muchos viudos y, sobre todo, viudas, que tendían a casarse de nuevo, lo que hacía preciso reunir a hijos de distintos padres. Sin olvidar que siempre ha habido familia ‘honorífica’, como ese tío al que se llamaba así sin serlo en realidad, y que no faltaba nunca a una fiesta», sostiene la antropóloga Nancy Konvalinka, profesora de la UNED.

Hay un problema adicional: que ahora conviven muchos modelos de familia, mientras que hasta hace muy pocas décadas sólo existía uno. Yesa mezcla de modelos se hace patente sobre todo en las reuniones: allí estarán el matrimonio con 30 años de convivencia y sus hijos, junto al hermano que va por su tercera boda, los jóvenes con las parejas con quienes conviven sin casarse, los hijos previos de esas parejas... Antes las cosas eran más sencillas, aunque no conviene idealizar el pasado porque la biografía de cualquier familia está llena de desavenencias y riñas entre los parientes a quienes une una relación tradicional.

María Salcedo debería dejarse guiar por los afectos y sentar a la mesa, por tanto, a las personas que crea que deben estar ahí, sin sentirse obligada por lazos de consanguinidad que cada vez importan menos. Pero no debe olvidar que la relación entre los comensales puede ser complicada. De entrada, puede que algunos de ellos, como su novio y el novio de su hermana, apenas se conozcan. James Bray y John Kelly, en su libro ‘Stepfamilies’, un clásico de la materia, aseguran que se necesitan al menos dos años para que los nuevos miembros de la familia se integren del todo. Durante ese tiempo, habrá problemas de comunicación, roces que pueden derivar en desavenencias serias e incomprensión mutua. Por eso, si María considera que es pronto para sentar a sus hijos con su novio, quizá lo más oportuno, como recomienda Konvalinka, sea reunir a unos en Nochebuena y a otros en Navidad. No es su caso en lo que se refiere a esta cena, pero las relaciones con los ex pueden debilitarse con rapidez. Como dice la profesora de la UNED, una mujer sin hijos perderá mucho más rápidamente el contacto con la familia de su ex esposo que otra que tenga descendencia.

Cómo los nombramos

Relaciones nuevas, palabras viejas

El próximo año, probablemente, será más fácil que se sienten a la misma mesa hijos, novios, hijos de los novios y... ¿Cómo se llama a algunas de estas relaciones familiares? ¿Qué es María respecto de los hijos de la nueva esposa de su hijo? No hay palabras concretas, y hay que recurrir a descripciones, como apunta Jon Ortiz de Urbina, profesor de Lenguas Modernas en la Universidad de Deusto. La lengua cambia al mismo tiempo que lo hace la familia, y ahora se llama suegro con naturalidad al padre de la pareja, incluso aunque ese suegro tampoco esté casado con la madre. Otras veces se utiliza una larga frase para referirse a una persona («es el hijo del ex marido de la esposa de mi hijo»), pero una conversación en la que aparezcan varias personas que debamos denominar de esa manera es un verdadero galimatías.

Hay otras palabras, en cambio, que están tan cargadas de elementos negativos que muchos prefieren evitarlas aunque definan de manera exacta su relación. Es lo que sucede con los términos ‘madrastra’ o ‘padrastro’, que designan a la persona que se ha casado con su padre o su madre –aunque estos no hayan muerto, como sucedía antes de la entrada en vigor de la ley del divorcio–, o ‘hermanastra’. «Muchos prefieren identificar como ‘mi madre’ o ‘mi hermana’ a esas personas, precisamente para enfatizar el lazo afectivo». «Los usos de las palabras los determinan los hablantes y sus realidades, y los diccionarios sólo dan fe de lo que ha ocurrido... habitualmente con mucho retraso», concluye Ortiz de Urbina.

Dónde se organiza

Buscar un lugar neutral

Con nombre o sin él, lo más frecuente es que las discusiones en la mesa, si las hay, «ya no estén protagonizadas por los afines de la familia tradicional» (los cuñados, para entenderse), sino por la disputa entre los miembros de la pareja sobre a quién invitar y a quién no, ante el temor de que surjan fricciones durante la cena misma, sostiene Tomé. Por eso, para facilitar las cosas, él propone organizarla en un lugar neutral.

Cuando se reúnen personas que llevan décadas celebrando la Navidad junto con otras que acaban de integrarse en el grupo, optar por un restaurante puede ser una buena opción. Se pierde intimidad, pero nadie tiene que trabajar para los demás y se descarta la protesta silenciosa –a veces no tanto– de quienes creen que la elección del menú es inadecuada.

Además, la presencia en la sala de personas ajenas a nuestra celebración obliga a comportarse sin estridencias. «Se neutraliza así parte de lo bueno y mucho de lo malo», comenta.

Cómo se sientan a la mesa

Buscar la integración

Llega el momento de sentar a la mesa a los allegados. ¿En qué orden? «Dependerá del grado de formalidad de la comida», aclara Pilar Muiños, directora de la Escuela Internacional de Protocolo de Galicia. Siempre es posible dejar que cada uno se coloque donde quiera, pero si de lo que se trata es de integrar a los nuevos miembros de la familia, quizá sea mejor tomar la iniciativa. Si lo que se desea es fomentar que se conozcan entre ellos, «lo mejor será separar a las parejas, intercalando entre ellas a otros familiares, para que puedan hablar entre sí y conocerse mejor».

Eso sí, debemos evitar que estén juntas personas sobre las que tenemos la sospecha cierta de que pueden chocar. Si María, la hija de la organizadora de la cena, se llevaba muy bien con su anterior cuñada y culpa a la actual esposa de su hermano de haber causado la ruptura, no deberíamos situarla junto a ésta, para evitar que la cena sea un ir y venir de dardos envenenados que terminen por enturbiar la velada.

A quiénes hacemos regalos

Evitar los agravios

Las cenas de Nochebuena tienen uno de sus momentos estelares cuando llegan los regalos. Yahí aparece un nuevo problema:¿debe María Salcedo hacer un regalo a Jacobo y Jorge, los hijos anteriores de la esposa de su hijo? No son sus nietos, pero la relación con ellos pronto será muy parecida a la que mantiene con quienes son descendientes directos. Además, María tiene otro problema:ella goza de una buena renta y le gusta hacer regalos caros, pero los abuelos ‘de verdad’ de Jacobo y Jorge no tienen su misma posición. ¿Es de mal gusto que ella haga a estos niños un regalo más caro que el que reciban de sus abuelos?

«Nadie debería sentirse menospreciado en ese momento», asegura Pilar Muiños. Es decir, los regalos deben ser de parecida categoría según la edad y ha de tenerse en cuenta, efectivamente, que un obsequio demasiado ostentoso no deje en mal lugar a los abuelos legítimos de los niños si ellos no pueden comprar algo similar. Así que lo que Muiños recomienda a María es que, si ella desea entregar a sus nietos ‘de verdad’ regalos de mucho valor, lo haga en otro momento, cuando estén ellos solos. «Los encuentros familiares siempre deben tener como objetivo principal crear un clima agradable y evitar conflictos, y más en estas fechas. Hay dos palabras clave: armonía y reciprocidad».

Con todo, la flexibilidad para integrarse y acoger a los nuevos parientes y sus allegados no garantiza la paz, sobre todo si existen tensiones previas. María debe ser consciente de ello cuando esta noche se sienten todos a la mesa, y también de que cada grupo familiar es un mundo. Ya lo escribió León Tolstói al comienzo de ‘Anna Karenina’: «Las familias felices son todas iguales;las infelices lo son cada una a su manera».