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Tictac, tictac

Calificar de chantajista a Aminatu Haidar sólo puede obedecer a mala fe o ignorancia léxica

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Poco saben sobre la fortaleza humana los bienintencionados que han calificado a Aminatu Haidar de frágil. El reloj apremiaba la salud de Haidar, pero, mientras escribo, ha pasado a ser un tictac machacón en los oídos de Mohamed VI. La insinuación de que la Unión Europea pudiera congelar el Estatuto Avanzado que tanto conviene a Marruecos, sumada a las gestiones estadounidenses, han hecho bascular la presión. España, lejos de contribuir a ello, se ha dejado intimidar por las alusiones al terrorismo y la inmigración de nuestro vecino. Es lo que tiene salir al mundo sin brújula: se pierde uno antes de cruzar los 14 kilómetros del Estrecho.

Sin embargo, no quiero hablar de ellos, sino de ella. Lo cierto es que ni su apariencia ni su biografía son de debilidad. Ha sobrevivido a años de reclusión en la cárcel de El Aaiún, a las torturas y, esperemos, a dos huelgas de hambre. Nunca he oído tachar de débiles -de cobardes sí, pero no de débiles- a esos 'gudaris' etarras que pasan por ser aguerridos, aunque todos sepamos a estas alturas que, al ser detenidos, lo primerito de todo se mean encima. Lo realmente fuerte siguen siendo los prejuicios de quienes, teniendo frente a sí la resistencia personificada, razonan: 'Es mujer, ergo es frágil'.

Otros, por el contrario, la han calificado de chantajista, lo cual sólo puede obedecer a mala fe o ignorancia léxica. La primera no tiene cura. Para los que padecen la segunda, aplíquese la nitidez del diccionario de la Academia. La entrada 'chantaje' remite a 'extorsión', donde se lee: '1. Amenaza de pública difamación o daño semejante que se hace contra alguien, a fin de obtener de él dinero u otro provecho. 2. Presión que, mediante amenazas, se ejerce sobre alguien para obligarle a obrar en determinado sentido'. Ni la acción de Haidar se dirige contra nadie, más que contra ella, ni resulta amenazadora más que para su propio cuerpo.

Convendría aclarar que no toda reivindicación equivale a un chantaje. Lo fundamental, a la hora de juzgar este tipo de acciones políticas es analizar si la causa es justa o no, y si se emplean para conseguirla medios violentos o pacíficos. Si perdemos esto de vista acabaremos llamando chantajistas por igual a las palomas de Greenpeace que se descuelgan de los edificios para desplegar sus rótulos y a los terroristas de Al-Qaida que nos tienen secuestrados a tres cooperantes.

Aminatu Haidar defiende su derecho a vivir en su tierra, donde lucha para que se cumplan las resoluciones de la ONU y los Derechos Humanos. Lo hace sin amenazar más vida que la suya, sobre la cual tiene plena soberanía. Sólo ha puesto, con la ayuda de quienes llaman a las cosas por su nombre, el compás de un reloj a zumbar en el oído de un tirano. Por eso merece ganar.