Thatcher, junto a Gordon Brown, en Downing Street. :: REUTERS
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El legado verde de Thatcher

La Dama de Hierro lanzó en los ochenta las primeras alertas por el calentamiento global y promovió en la ONU la investigación climática

LONDRES. Actualizado: Guardar
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La idea de un calentamiento del planeta con potencial catastrófico como consecuencia de la acumulación de gases con efecto invernadero saltó a la política de la mano de demócratas en la Administración de Bill Clinton, pero la británica Margaret Thatcher fue la primera jefe de Gobierno de un país desarrollado en apadrinarla.

El testimonio de James Hansen ante un comité del Senado en Washington el 23 de junio de 1988 fue pionero. El director del Instituto Goddard para el Estudio del Espacio, dependiente de la NASA, presentó allí los primeros datos, recopilados un año antes, sobre la temperatura del planeta.

El senador Tim Wirth, que había mostrado interés por los gases invernadero y la estabilización de la población mundial, ha reconocido que recurrió a trucos para que el calentamiento fuese acogido con alarma. Consultó a la oficina metereológica para elegir el día más caluroso del año e hizo que el aire acondicionado no funcionase. Hansen fue invitado a Londres, donde ofreció su análisis en Downing Street a Margaret Thatcher. Encontró una audiencia receptiva porque la Dama de Hierro, que se había formado como química en la Universidad de Oxford, tenía entre sus asesores a un diplomático que ya había manifestado su interés por hipótesis medioambientales pesimistas.

Crispin Tickell escribió en 1977 un libro sobre cambio climático, aunque estudió historia contemporánea y su carrera profesional estuvo dedicada a la diplomacia. Fue el principal negociador británico para el acceso de Reino Unido a la entonces Comunidad Económica Europea. Su nueva preocupación tenía raíces en autores clásicos y contemporáneos.

Tickell ha publicado una biografía sobre Francis Galton, que elaboró mapas del tiempo en el siglo XIX y aplicó las teorías de Darwin a la especie humana, apadrinando, en la época del imperio, la eugenesia, o manipulación genética de la población para mejorarla. Es ahora miembro de la Fundación para una Población Óptima, que argumenta que la actual no es sostenible.

Otro de los miembros de la fundación es James Lovelock, el autor de la teoría de Gaia, que, aireada en el principio de los años setenta, inspiró a una élite intelectual y social británica antes de ganar popularidad universal. Lovelock entiende el planeta como un sistema orgánico autorregulado y considera que todas las medidas actuales para la evitación de una catástrofe son inútiles.

Thatcher ya había nombrado en 1988 a Tickell como embajador en Naciones Unidas. Dos meses después de la presentación de las proyecciones alarmantes de Hansen sobre el calentamiento a un comité sudoroso del Senado americano, la Dama de Hierro, en el primer año de su tercer mandato, pronunció un discurso significativo.

La Royal Society es la academia nacional de la ciencia y escuchó, en septiembre de 1988, un elogio de Thatcher al papel de la investigación científica en el desarrollo económico. La jefe de Gobierno se refirió exclusivamente al medio ambiente cuando pasó de la historia de las ciencias británicas a la situación contemporánea.