Isabel García dice que ha hecho de todo en su vida menos casarse. :: DANIEL TELLO
CÁDIZ

Siete décadas sin la escuelita

Puntales rinde homenaje a los maestros que se jugaban la vida para enseñar a los niños de este barrio Isabel García fue alumna de la Casa Calderón, un colegio de la República

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Recibe impecable, con su pelo blanco bien arreglado y unas gafas ahumadas que usa incluso dentro de la casa porque le han operado de cataratas. Isabel García Fernández llegó a Puntales hace 82 años, con tan sólo cuatro. Ella es una de las pocas alumnas supervivientes de la escuelita Casa Calderón que se fundó en el barrio en tiempos de la República. Doña Margarita enseñaba a las niñas y don Alfredo, a los niños. El colegio tenía hasta una biblioteca, todo un lujo en aquella época.

Hace unos días, la asociación de vecinos del barrio quiso hacer un homenaje al trabajo de estos maestros republicanos. Algunos pagaron con su vida la osadía de enseñar en escuelas laicas, sin la vigilancia sempiterna del crucifijo.

La madre de Isabel quiso que su hija hiciera la Primera Comunión y como allí no se podía, se fue a San José. Isabel y su amiga, Luisita Moreno, era dos de las alumnas más aplicadas del colegio. «La profesora quería sacarnos a las dos y llevarnos a la Normal, pero vino la Guerra Civil y nos partió por la mitad». Proseguir los estudios con vistas a la universidad requería que la niña tuviera que ir «a Cádiz» y como era la más pequeña de la familia, no se lo permitieron. «Yo tenía ocho o nueve años y mis padres no querían que me fuera caminando desde Puntales hasta allí».

Idea de la estudiante

Había también, rememora, «dos niños que eran listísimos, que podían haberse hecho famosos, pero...» El pero llegó con las visitas de los falangistas y con ese manto de desconfianza que lo cubrió todo.

Isabel se hizo modista. Con la guerra, la familia empezó a pasar dificultades. El padre, que trabajaba en la fábrica de conservas, perdió su trabajo porque los barcos ya no podían pescar con regularidad. Y ella se tuvo que poner a coser. «Menos casarme, he hecho de todo», dice Isabel, que parece atesorar la fórmula del eterno buen humor.

La guerra no sólo se llevó por delante las ilusiones de que Isabel pudiera estudiar en la Normal. Don Alfredo, el maestro, que era de Madrid, se marchó. Aunque doña Margarita Cuadrado siguió, la escuela pasó a ser sólo de varones. Las niñas pasaron a estudiar con doña Eloísa. «Yo quería ser maestra, pero ella me dijo que no serviría porque yo no sabía reñir». Y vuelve a reír al recordarlo.

La casa Calderón luego pasó a ser un edificio de viviendas y al final fue derruido para construir allí pisos de nueva planta, hace pocos años. Coincidencias de la vida, Isabel ocupa hoy una de estas casas, en la calle Batalla del Salado, esquina Trocadero.

«Esto de aquí era la parte de las niñas y más para allá estaban los niños», recuerda esta mujer de 86 años, sentada en su pulcro salón. Su memoria no le falla a la hora de citar años y nombres. «Una se acuerda de lo antiguo, pero no de lo reciente; desde que murió mi hermana perdí la memoria y hasta el olfato».

Aún vive otra de las alumnas que aparece en las viejas fotografías, Anita Delgado. «Me llama mucho por teléfono», comenta Isabel. Pero visitas tiene pocas. Con las antiguas vecinas, antes de que se produjera el realojo en el edificio actual, tenía amistad, pero a las nuevas apenas las conoce. «No me gusta el visiteo», advierte.

La idea de sacar a la luz la historia de la escuelita Casa Calderón fue de ella. «Puntales era un barrio, pero no quería que pensaran que aquí no había nada, que era un desierto».